Caminé entre la multitud pero no llamé a nadie por su
nombre.
Solo caminé muda entre ellos.
Las grandes multitudes de la ciudad se dedican a mirar el
oropel, las formas, los colores, la multitud de ofertas, rebuscan en sus
billeteras, carteras, bolsos, la última moneda para llevar “EL regalo” que hará
sonreír al hijo, al nieto, a la amiga, al hermano.
Por esa sonrisa dejan todo su dinero en manos ajenas.
Por esa sonrisa se endeudan hasta el día del juicio final
(por decirlo de alguna manera).
Por esa sonrisa su piel se arruga, sus piernas se
debilitan, sus ojos se nublan, su espalda se dobla, cansados.
Cuando oye los gritos de júbilo del beneficiado su vida
se siente justificada, su trabajo compensado, la alegría del otro renueva sus
fuerzas. Todo sacrificio se olvida.
Porque dar nos acerca un poco a Dios que dio a su Hijo “según el puro afecto de su voluntad”.