Viajo al Sur.
Mientras el bus come kilómetros, miro la carretera y recuerdo aquel viaje en el 2010, a pocos días del terremoto del 27 de febrero.
Aquella vez la carretera era una cuncuna ondulante llena de grietas.
Nos desviaron muchas veces a caminos aledaños por los cortes de puentes, los forados, el desastre impredecible, la trastornada situación.
Un escenario incontrolable.
Nadie sabía por dónde empezar.
Seguía temblando.
Siguió temblando.
Hasta hoy se cuentan 9.968 sismos de baja y mediana intensidad, aunque eso es relativo, mi amiga M. que vive en un piso 18 los siente bien diferente.
Mientras viajo miro la carretera y el paisaje.
No hay huellas de una debacle o que por allí hubiese pasado la catástrofe.
Campos sembrados con profusión, viñas, maizales, frutas de exportación, tierras preparadas para la siembra, compañías fruteras en pleno movimiento, vías nuevas de impecable cemento, kilómetros de terrenos verdes.
Me gusta el país que voy recorriendo.
Siento un grado de plenitud inexplicable, muy agradecida porque Dios me permite vivir estos días preciosos.
Y comprobar que nuestras autoridades no lo han hecho tan mal como algunos quieren que creamos.
Llego a Chillán.
¡Qué ciudad más amigable!
Una boda es siempre una grata invitación, muchos instantes de alegría concentrados en un tiempo breve. Apenas un día.
Un día gozoso.
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…no hay nada mejor que disfrutar de la comida y la bebida,
y encontrar satisfacción en el trabajo.
Luego me di cuenta de que esos placeres
provienen de la mano de Dios.
Pues, ¿quién puede comer o disfrutar de algo separado de él?
Dios da sabiduría, conocimiento y alegría…
Eclesiastés 2:24-25
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(Fotografía: Vista parcial de la Plaza de Chillán )