sábado, 29 de marzo de 2014

Síndrome de Trithemius

A nuestra reunión dominical asiste todo tipo de personas.
Y personitas.
Apenas se empina por los cuatro meses y ya tiene la tecnología incorporada en sus dedos.
Lo miro con asombro, toma el celular y con impericia (que por cierto cambiará en pocos meses) juega haciendo rodar el índice por la pantalla. Gorjea cuando aparece alguna imagen.

Me estremece el futuro, la amplia propuesta de la tecnología y sus impredecibles posibilidades.
Algunos estudiosos dicen que vivimos el Síndrome de Trithemius, temor a las tecnologías y las redes sociales que cambiarán el mundo (es un hecho que ya ha cambiado), como el monje aquel temía a la imprenta y a los cambios que ella produjo en el mundo medieval.

Dije “me estremece el futuro”, es verdad, la maravillosa gama de oportunidades, la magnífica extensión del saber, el conocimiento de Dios y su mente infinita, tanto por conocer que tal vez no sea suficiente una vida.

¿Serán capaces de lograr la paz los habitantes del futuro?
¿Serán competentes en lograr la justicia sin discriminar?
¿Serán más felices?
¿El gobierno será más equitativo?
¿Habrá más respeto por el nonato?
¿Serán menos violentos?

¡Tantas preguntas!
Solo Dios conoce las respuestas.


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Y vi en la mano derecha 
del que estaba sentado en el trono 
un libro escrito por dentro y por fuera, 
sellado con siete sellos. 
Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: 
¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? 

Apocalipsis 5:1-2

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lunes, 24 de marzo de 2014

Palabras olvidadas.

Sobrevivimos con cierta dignidad a las malas palabras, negativas, amargas y tóxicas. 
No, en estricto rigor ninguna palabra es mala sino la inflexión, el tono, la intencionalidad con que se la esgrime como un cuchillo directo a la yugular, como una espada al fondo del hueso, como un disparo a quemarropa. 
La intención, destruir exponencialmente. 
Pero se nos ha dado una defensa. 
Un muro inquebrantable. 
Las mismas palabras a la inversa, esgrimidas con afecto, compasión, ecuanimidad. 
Frente a la frase “me ofendiste” oponemos “perdóname”. Al “me abandonas” decimos “volveré pronto”. “Te detesto” preguntamos “¿puedo ayudarte?” “Me has defraudado” contraponemos “te restituyo lo que pidas”. “Me equivoqué”, “disculpa mi olvido”, “te concedo”, “he cometido un desatino” y otras semejantes construyen puentes y derriban argumentos falsos. 
No hay oposición a la voz pacífica, a la mansedumbre; no hay quien resista una palabra dicha con delicadeza y con sincera empatía. 
El que se humilla controla la situación y la define, el que baja la voz puede salir airoso. 

 Ah!, el ego. Esa especie de gigante blofero que nos cuenta historias, mitos, falacias, nos grita fuerte, amenazando con derribarnos y a veces –temerosos- nos dejamos intimidar. 
Desde niños se nos enseña defensa, derechos, réplicas, somos especialistas en “la última palabra” o el “punto final”. El ego nos miente con susceptibilidades mezquinas y en un arranque de valentía barata osa reclamar como Caín “¿acaso soy yo guarda de mi hermano?”, sin comprender que siempre la respuesta es afirmativa, que somos la palabra pacífica que evitará la sangre derramada. 

Hoy fui testigo de eso y me alegré como se alegran los niños cuando llega el padre con algún regalo a casa. 
El hombre se erigió frente a las preguntas incisivas con un “perdóneme, fue un descuido de mi parte” cara a toda la asamblea. Hoy supe que no se ha perdido nada, ni las palabras correctas se han olvidado, ni la decencia está en retirada. La política del mundo no ha logrado mellar la hermandad, el ego se esfumó como desaparecen las pesadillas frente al sol del amanecer.

Por un instante la unidad de la iglesia fue eso, lo que Jesús pidió se hizo tangible.

Y me siento privilegiada porque estuve ahí. 







(Dedicado a R. I. con admiración).

viernes, 21 de marzo de 2014

Leer en viaje.

Un libro es un viaje interestelar con el cuerpo pegado a las baldosas.
Un libro es un sueño con los ojos abiertos. 
Un libro es una aventura con asiento en primera fila. 

Los habitantes de espacios urbanos tienen la posibilidad, algunos la toman, otros prefieren dormir (que no está mal) o escuchar música (que tampoco está mal, claro que no). 
Cuando viajo observo los rostros de los que leen. 
Tienen un brillo intenso en los ojos, una ansiedad en el labio inferior, se me figura que las manos van a volar, cuando nos miran pareciera que están perdidos, como si volver al espacio pegado a la tierra fuese un desencanto insuperable. 
Me siento confiada cuando voy al lado de alguien que lee. A veces espío de reojo, habitualmente es alguna novela, habitualmente es alguien joven. 

Eso me alegra, me da esperanza en el futuro de la ciudad, mientras haya lectores habrá cordura (creo).  


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Ninguno tenga en poco tu juventud, 
sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, 
conducta, amor, espíritu, fe y pureza.   

Mientras llego, 
ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.

1 Timoteo 4:13 

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(Fotografía de Su Blackwell)

lunes, 17 de marzo de 2014

Hoy tembló.

Si no somos el país más sísmico del mundo, andamos re’ cerca. 
Todos los días se nos mueve el piso en cualquier lugar, Norte, Sur, Centro, la tierra no discrimina. 
Como lo expresa un dicho común “a todo se acostumbra el ser humano”, los movimientos grado 6 ya ni nos sorprenden. Más aún, seguimos la rutina sin señales de correr hacia donde sea. 
Cada chileno (a) tiene incorporado en su ADN este “temblequeo” como parte de la idiosincrasia. 
Pobres extranjeros, la pasan negra…bueno, hasta que se acostumbran. 

Las inmobiliarias siguen construyendo en altura con una fe envidiable. La gente compra departamentos sin reservas preocupados del  “¿ cómo lo vamos a financiar ?”  y, dispuestos a soportar el vaivén de cada día. 

¿Será como Jesús dijo que sucederá antes que regrese: y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares? (Mateo 24:7) 



lunes, 10 de marzo de 2014

Impuntual.

Nunca llegó a tiempo a ninguna parte. 
El día de su funeral esperamos más de dos horas, según explicó su familia, había ordenado que nadie la viera sin acicalarse como es debido, causa primaria de la impuntualidad.
- ¡ Jamás saldré a la calle sin maquillaje !, me dijo un día. 
Cuando se dignó a aparecer hasta el clérigo se había dormido en un asiento, el cementerio había cerrado y las plañideras ya no tenían lágrimas.



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Hay una temporada para todo, 
un tiempo para cada actividad bajo el cielo. 
Un tiempo para nacer y un tiempo para morir. 
Un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar. 


 Eclesiastés 3:1-2 


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