domingo, 26 de febrero de 2017

La vida es renuncia.

La vida es una lucha, sostenía Pablo de Tarso.
Otros dicen que la vida es solo política, como el discurso  de Cantinflas.
El salmista  en sus versos escribió que la vida es una flor.
El poeta Calderón, un sueño.    
O el que corre, una maratón.
Los marinos dicen que es un viaje.
He conocido pocos que crean que la vida es renuncia.

Ella –derrochando juventud- caminó directo al Registro Civil.
Se detuvo en la puerta de entrada ¿qué pensamientos bulleron en su mente para que se diera la vuelta y regresara a casa? Al novio desolado no quiso volver a verlo, ni siquiera para una diplomática explicación.
Renunció a un esposo, a las tardes de paseos románticos por la playa, a las noches en vela acunando un bebé, a las reuniones de apoderados, al círculo social de su familia AB.
Renunció al cine porque – me explicó-  le quitaba tiempo precioso y era pura ficción.
Renunció a los libros, a los viajes, a los trajes perfectos que le hacía su modisto.
Aprendió a vivir en la sencillez de un barrio periférico.
Allí trabaja de sol a sol en medio de los necesitados, cocina para los vagabundos, atiende pobres que nunca podrán retribuirle su bondad. Cuando sale de la hospedería camina cabizbaja orando. A veces canta una melodía que luego olvida.
Mi amiga T… (a la que admiro) renunció al mundo para hacer del mundo un lugar mejor.



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"Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee
no puede ser mi discípulo."
Lucas 14:33

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lunes, 20 de febrero de 2017

Santiago es adictivo.

Decidí que estas vacaciones de verano las viviría en Santiago, mi propia casa.
Aparte del considerable ahorro que significa arrendar una cabaña en cualquier playa, ahorro -por cierto- para fines superiores.
He estado aquí tantos años y apenas conozco la  ruta turística.

Después de una buena siesta –con la tele encendida-, caminaría por los parques de la Capital, vagaría por sus calles olorosas a orines y buganvilias, bebería algo en cualquier sucucho de malamuerte, buscaría los atardeceres entre los árboles del barrio, viajaría sin rumbo, visitaría algún museo, todos los cerros,  leería hasta la madrugada y –contraviniendo al galeno- comería carne asada con papas fritas,  chicharrones, algún capuchino con leche de coco y toda suerte de panes acompañados de embutidos donde me pillara el hambre.
Es exactamente lo que hice.
Solo que hoy –de retorno a la rutina- no encuentro manera de hacerme regresar.


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Luego dijo Jesús: 
«Vengan a mí todos los que están cansados 
y llevan cargas pesadas, 
y yo les daré descanso.
Mateo 11:28

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 (Fotografía del cerro Huelén, un oasis en medio de la ciudad)


domingo, 12 de febrero de 2017

Vidas incompletas (3)

Mi tío Enrique –el único que tuve-, vivió en la levedad.
Hijo mimado de su madre, no procreó ni un hijo.
Nunca leyó un libro, no escribió una mínima carta, claro está, no sabía leer ni escribir. Cuando necesitó firmar un documento la huella de su pulgar era suficiente.
No plantó un árbol, no postuló a casa propia o contrajo matrimonio en algún momento de enamoramiento como le sucede a la mayoría de los seres de este planeta. Mi tío era absolutamente célibe. Un sujeto inocente, extraño y difícil de comprender, no por la profundidad de su pensamiento sino más bien por su simpleza para vivir.
Si piensas que era disminuido, no lo era. Atinaba como cualquier chileno normal, sabía conducir una bicicleta –eso prueba que tenía buen equilibrio-, aprendió a ordeñar una vaca, a cortar el césped del jardín y a dar comida a los animales con metódica cotidianeidad.
Cuando murió no dejó ninguna herencia. Unos billetes que había ahorrado debajo de su cama (parece divertido pero así fue, lo prometo), sirvieron para comprar su sepultura. Madre dijo que ni en eso había sido una molestia.
A su funeral asistimos los pocos de la familia. Muy pocos, contados con los dedos de una mano.
Cualquiera podría considerar que su existencia no tuvo sentido, una vida incompleta.
Pero cuando esos ojos celeste cielo me miraban yo sentía que un ángel de Dios vivía entre nosotros.


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 ¿Quién sabe qué es lo mejor 
para una persona durante su corta vida en la tierra? 
Su vida pasa como una sombra 
y nadie puede decirle lo que sucederá bajo el sol después.

Eclesiastés 6:12 (PDT)

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miércoles, 8 de febrero de 2017

Vidas incompletas (2)

Compartimos con  D…el trabajo en una galería "pituca" y el amor por los libros.
Ella fabricaba joyas y yo quería aprender orfebrería. Solo que a la primera chamuscada de mis torpes dedos  en la fragua abandoné el impulso.
La amistad creció y me invitó a su casa.
Había en aquel hogar tal unión familiar y amor el uno por el otro que fue como llegar a un oasis en medio del desafecto de los santiaguinos.
Su hermano Ricardo cursaba el último año de Agronomía. Una joya de hijo, un ideal de hermano. Tenía un jardín luminoso, una selva en plena ciudad, cultivaba hierbas de todo tipo, las estudiaba con prolijidad, su tesis versaba sobre las propiedades medicinales de los árboles autóctonos de Sudamérica.
La hermana pequeña…bueno…era pequeña y divertida.

Aquel día D…me invitó a almorzar, Ricardo había estado estudiando hasta la madrugada. Se habló de este mundo y el otro, de política, religión, recetas de cocina, en fin, un momento delicioso.
La madre quiso que el muchacho bajara a almorzar, mi amiga subió al dormitorio para despertarlo.
El grito se escuchó en todo el barrio.
Consternados y presintiendo algo terrible subimos. Allí, tendido plácidamente dormía Ricardo. Una pequeña mancha en el borde de los labios y la rigidez del cuerpo indicaban su hora final.
El forense declaró “muerte súbita”.
La madre quedó paralítica.
El padre hubo que inyectarlo con calmantes.
La casa se transformó en un caos. Mi amiga D…sacó fuerzas de flaqueza y nos encargamos de los trámites propios de un funeral.
Por mucho tiempo pregunté a Dios porqué una vida tan bella fue segada sin apelación. Hasta que un día me topé con las palabras del profeta Isaías:  
Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo. Entrará en la paz; descansarán en sus lechos todos los que andan delante de Dios." 







lunes, 6 de febrero de 2017

Vidas incompletas (1)

Jamás salió de su localidad.
El día que se decidió a conocer el mundo –ya frisaba los 40-, en el límite de la villa se bajó sofocada del bus, crisis de pánico con vómitos y todo.
Ana no conoció un cine.
Ni un museo.
Ni siquiera una plaza donde se enamoran los muchachos.
Nunca visitó el Mercado Central, el barrio Meiggs o la Quinta Normal.
Menos anduvo en Metro.
No supo qué color tiene el mar y o el olor de los bares clandestinos.
Las catedrales le fueron desconocidas y nunca viajó en tren, avión o barco.
No le interesaba ir a un Mall o al Persa Bío-Bío, delicia de coleccionistas y anticuarios.
Cuando la conocí no vi en ella nada anormal, era pacífica y risueña. No quería conocer nada del mundo más allá de su trozo de terreno donde era perfectamente feliz, criaba sus tres hijos, amasaba su pan, cultivaba todo tipo de hierbas y flores, cantaba en una pequeña capilla y sagradamente caminaba las tres cuadras con sus niños al colegio.
Según mi opinión su vida era incompleta.
Según ella, tenía todo lo que quería.
Y posiblemente -debo conceder-, el tiempo le ha dado la razón.



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 "También vi que el que corre más rápido 
no siempre gana la carrera; 
el ejército más poderoso 
no siempre gana la batalla; 
el más sabio 
no siempre consigue dejar de ser pobre; 
el más astuto 
no siempre consigue hacerse rico y 
una persona educada 
no siempre recibe la recompensa que merece. 
Todos tienen sus buenos y malos tiempos. 


Eclesiastés 9:11(PDT)
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(Fotografía del Cajón del Maipo)