Hubo una vez un rey que prohibió las palabras sagradas,
padre, madre, Dios, hijos, hijas, nación, amamantar, sexo, gracias.
Con el tiempo, gradualmente fueron suprimiendo otras que
ofendían a unos o limitaban a otros.
Poco a poco, casi sin darse cuenta se fueron quedando sin
palabras para usar.
Terminaron con sonidos guturales, señas, signos en el
aire, muecas extrañas y sin vida.
El miedo a las palabras los volvió mudos.
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Pero si yo ignoro el valor de las palabras,
seré como extranjero para el que habla,
y el que habla será como extranjero para
mí.
1
corintios 14:11
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Retén la forma de las sanas palabras
que oíste de mí,
en la fe y en el amor que es en Cristo
Jesús.
2
Timoteo 1:13
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