sábado, 24 de noviembre de 2012

Las palabras.

Vinieron las palabras como guerreros armados, invasoras, buscando con voracidad un hueco de mi tiempo, un sonido, primero gutural, luego la estructura, el sentido, tomando dominio de mi lengua, de mis dedos, de la mente y, por fin, de mi alma.
Debo decir en mi defensa que yo era una persona simple y no pude oponerme, tampoco quise. Ellas me rodearon y crearon un mundo paralelo, una realidad virtual, una felicidad concreta y definitiva, tanto que ahora no puedo vivir sin ellas.
Cuando se dieron cuenta de mi dependencia me iniciaron en sus secretos, la conjunción de los fonemas, la aleatoriedad, los sinónimos, los opuestos, iniciaron juegos de asociaciones, la etiología de cada una, sus profundidades más luminosas.
Luego me revelaron  historias sagradas, el nacimiento del mundo, la belleza de las formas y el planeamiento eterno, las formas matemáticas del universo.
Cautiva estoy.
Cada mañana despierto y una ya está tocando mi oído, grítame, me dice, proclámame, escríbeme aunque sea con signos perecederos, tú  me haces vivir, nos pertenecemos. Luego esa llama a otras, invaden mi mañana, me llenan de sueños y esperanzas.
Sé que cada palabra puede transformar el mundo, encender la rueda de la creación, matar como un soplo letal, resucitar muertos, sanar heridas, acunar huérfanos, otorgar el misterio de la vida eterna.
Y yo estoy aquí para que vivan en mí.

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La congoja en el corazón del hombre lo abate; 
Mas la buena palabra lo alegra.

  Proverbios 12:25

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