viernes, 25 de mayo de 2018

Pertenecer.

"De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida."

(Jorge Luis Borges, fragmento)

La mujer me extiende -amistosa- su oscura mano con un vaso de agua.
Hay en su gesto una bienvenida a la colectividad, la confianza ancestral que te da derecho para hablar, opinar, participar y –tal vez- hacer alguna tarea designada por los jefes de la tribu.
Yo,  que he sido un pájaro –amiga de cuanta ave cruce el cielo-, me siento cohibida, la perspectiva de pertenecer me da escalofríos.
Pertenecer (un verbo que me cuesta conjugar), adquirir un lenguaje críptico, común a los de ese signo, vestir para no desentonar, obedecer leyes tácitas o escritas, de ningún modo traspasar los límites.
A cambio, pertenecer.
Una seguridad que el lugar dónde estás sentada no se moverá fácilmente, la certeza de compañía, consejo, confianza, palabras importantes en el “día malo” que a todos nos espera.

La soledad –dicen- no es una agradable compañía. Por cierto, esa es una verdad a medias.
Cuando estas solo no corres el riesgo de traiciones y la libertad es menos mítica, se disfruta el tiempo vagabundo, aunque siempre está la tentación de observar desde una orilla a la cofradía.
 Aun así, aunque se demore, la pertenencia es ineludible, aun cuando te defiendas, llega el día que alguien o algo te pilla volando bajo y ¡hete ahí!, quedaste atrapado en la red.


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(Jesús les dijo)
"Ustedes no me eligieron a mí. 
Más bien, yo los elegí a ustedes, 
y los he puesto para que vayan y lleven fruto, 
y su fruto permanezca; 
para que todo lo que pidan al Padre en mi nombre, 
él se lo conceda."

Evangelio de Juan 15:16


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viernes, 18 de mayo de 2018

¿Has oído llorar los perros?

“Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
 y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.”


Lloran al unísono los perros como un concierto orquestado por un buen director.
Los vecinos presiente la muerte que ronda.
Viene y se posa sobre el rostro de la anciana que ha estado toda la tarde esperándola.
Ella sonríe levemente.
Sus manos -que están sobre las mías-, van helándose poco a poco y sus ojos quedan prendidos en la eternidad.
Alguien baja sus párpados, tal vez temeroso de encontrarse con un pozo sin fondo.
Dejan de aullar los perros, apenas gimen.
La tarea está concluida.
Los vecinos respiran hondamente, entienden la oportunidad que se les otorga.
El barrio –y el atardecer- está en paz.

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Así como la muerte llegó a la humanidad 
por medio de un hombre, 
también por medio de un hombre llega la resurrección. 
Así como Adán trajo la muerte a todos, 
Cristo nos traerá vida a todos nosotros.

(El apóstol Pablo en Carta a los 1 Corintios 15:20-22 PDT)

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viernes, 4 de mayo de 2018

Momento de otoño.


"Aclárame, por favor, 
Dios de las galaxias, 
Hazme un meteorito, 
     O bien una metáfora. . ."
(Elizabeth Jennings)

Es tiempo de podar las rosas.
Mientras curioseo el jardín y organizo el trabajo, miro las nubes -como los pájaros-, siempre en movimiento.
Como Dios de quien Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo
Las nubes cambian según las mueve el viento y en ellas se lee la inmensidad del universo más allá de nuestros pequeños ojos que van perdiendo la nitidez y la luz.
Más allá de nuestras adversidades y lágrimas el universo se mueve por la mano que lo preserva, el que nos ama y nos busca.
 Me siento observada -me ruboriza saberlo-,  tomo las tijeras para inclinarme a podar las rosas.
¿Quién soy para que fijes en mí tu mirada y se detenga en estas deslucidas manos?