Solitarias, gruesas, profundas, a veces
inmerecidas.
Lágrimas que nos dejan exhaustas,
aleladas, al borde del insomnio, creyendo que todo es difícil. Insoluble y
desolador lo que nos sucede.
La oscuridad aumenta los temores y
engrandece los problemas.
Así nos pilla el amanecer.
Con la claridad vuelve la razón, la
cordura, la luz del cielo que alumbra el cerebro y vemos con luminosidad, la solución era tan obvia –decimos-, que hasta nos damos un golpe con la mano en la
cabeza.
Porque Dios está también cuando hay
oscuridad.
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Tal vez lloremos durante la noche,
pero en la mañana saltaremos de alegría.
pero en la mañana saltaremos de alegría.
Tú cambias mis lágrimas en danza;
me quitas la tristeza y me rodeas de alegría,
para que cante salmos a tu gloria.
me quitas la tristeza y me rodeas de alegría,
para que cante salmos a tu gloria.
Señor, mi Dios: ¡no puedo quedarme callado!
¡siempre te daré gracias!
Salmos 30:5, 11-12 (RVC)
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