No se conocía el salbutamol, los corticosteroides y menos los nebulizadores.
El chamico posee un potente veneno que puede matar hasta un buey.
Los campesinos lo extirpan de raíz por esa peligrosidad que los puede dejar sin un bien preciado.
La abuela secaba las hojas que lograba recolectar en campos baldíos y un pequeño cigarro enrollado con paciencia le daba la esperanza de un día más de respiración.
Aprendió a usar una pequeña dosis.
Aprendió a controlar los horarios y la ansiedad.
Un día le dijo a mi madre “eso que te mata también puede sanar”.
Sus últimos días fueron felices y su muerte en paz.
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Jesús los oyó y les contestó:
—Los que necesitan al médico son los enfermos,
no los sanos.
Marcos 2:17
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