martes, 17 de abril de 2012

A propósito del raw food.

Faltaba más.
Es lo que digo, si algo está de moda, vale.
Ahora es la “raw food”, vaya, comida cruda.
La media “novedá”.
Hasta los antediluvianos estarían in por estos días.
Y yo -perdona el referente-, lo más cercano que conozco en recetas y sistema de vida, he comido desde siempre toda la variedad de vegetales que nuestro buen Proveedor coloca delante de nosotros. Agradecida, por cierto.
En casa me reclaman que le doy duro a las ensaladas, que parecemos pajaritos con eso de los granos, chía, polen, nueces y almendras incluidas, que la manzana la pera y la naranja los van a dejar “en la pitilla” (modismo chileno de estar muy delgado).
 Exageran, les digo.
La Biblia nos recomienda cuidar el esqueleto, obra de arte del Creador, nada de malgastar hormonas o chatarrear como cerdo, conste que no  tengo ninguna antipatía contra esos bichitos, y “curarse como huasca”, en especial con la nueva ley para conductores que le puso harto talento a la realidad.

Comer raw es la cosa, cuestión, tema, razón, argumento, negocio.
Nuestras abuelas fueron bien atinadas y no tenían idea de modas, comieron sanito, vivieron hartos años sin diabetes, cáncer, gota y demás dolencias que vienen asociadas al sibaritismo (si me lo permiten).

En todo caso, hacerle caso  a los consejos de la Palabra está por sobre cualquier fast food, raw food o raw fasting.
 
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Por ejemplo, un creyente piensa que está bien comer de todo; pero otro creyente, con una conciencia sensible, come sólo verduras.  
Los que se sienten libres para comer de todo no deben menospreciar a los que no sienten la misma libertad; y los que no comen determinados alimentos no deben juzgar a los que sí los comen, porque a esos hermanos Dios los ha aceptado…
 Los que comen toda clase de alimentos lo hacen para honrar al Señor, ya que le dan gracias a Dios antes de comer. Y los que se niegan a comer ciertos alimentos también quieren agradar al Señor y le dan gracias a Dios.
 Romanos 14.
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