La
cama es espaciosa, hay que reconocerlo, años luz de aquellos catres de hospital
dados de baja, altos e incómodos como monturas de caballos indómitos.
Mullida
y limpia. Al lado una chata vacía, una silla recién pintada, un modesto mueble de
lata con una colonia a la mano.
La
visito por las tardes y recuerdo aquel poema de Pezoa Veliz: “Y pues solo en amplia pieza, yazgo en cama,
yazgo enfermo, para espantar la tristeza, duermo.”
Me
acomodo en la silla limpia y le tomo la mano. Tan susceptibles somos cuando
estamos enfermos que ese solo gesto le provoca lágrimas. Espero que llore a su
gusto y luego le cuento alguna historia divertida, un día sobre las fiestas
nacionales, otro día acerca de las protestas o de algún crimen pasional. Nada
con enfermos o enfermedades, estamos aquí para animar, hacer reír o soñar con
el futuro, cuando te den el alta –digo- iremos al Mall a tomar un café o tal vez
un helado de frutilla. Miraremos las vitrinas hasta que nos salgan callos en los pies (ríe), compraremos un pañuelo para el cuello, una cartera, un labial…en fin, cosas de
mujeres.
El
momento luminoso llega, veo brillar su mirada con deseos de sanar pronto y sé
que el viaje no ha sido tiempo perdido.
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El Señor lo confortará
cuando esté enfermo;
lo alentará en el lecho del dolor.
Salmos 41:3
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