Si había un problema en casa ella no se detenía en lamentos o llantos, de inmediato pensaba en la solución.
No añoraba nada de su pasado, aunque a veces hablaba con cierta melancolía de la segunda guerra y la pobreza que pasó con la abuela.
Ambas, mujeres de esfuerzo, trabajo y resistencia.
Cuando la abuela murió no vi a mamá lamentarse o llorar. Había que trabajar para alimentar la familia.
En estos días muchas personas suspiran por lo que perdieron y tal vez sea algo que no podrán recuperar o pasará un tiempo largo de espera. Eso los hace sufrir.
Mi amiga A. se fue a un pueblo del Sur. Nunca pudo encajar en otra comunidad cristiana porque se quedó atada a la nuestra. Tal vez fui cruel cuando le dije, “olvídanos y busca nuevas amigas cerca de tu hogar.”
No pudo. Hoy vive confinada, sola, sin redes cercanas de apoyo. Me llama, conversamos. Si tuviera una emergencia estamos a kilómetros de distancia, solo encomendarla a la gracia y cuidado de Dios.
Añorar el pasado puede ser un excelente ejercicio mental, visualizar el futuro nos da la energía para superar las pérdidas.
No sé cómo lo has hecho para liberar tu alma.
No sé qué tan doloroso será dejar atrás hábitos, costumbres, aun una idiosincrasia nacional para poder entrar en lo que algunos han definido como “nueva normalidad”.
Algo perderemos para que pueda crearse algo nuevo que nos afirme en la fragilidad de la vida.
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No digas:
«todo tiempo pasado fue mejor»,
pues no sabes si en verdad lo fue.
Eclesiastés 7:10
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Fotografía de mi calle, recreación en Power Point.