La crueldad al elevarse como imperio es lo que quedó en la historia de los
ninivitas.
De Babilonia, los jardines colgantes.
Las artimañas ocultas para lograr el poder es lo que recordamos de los romanos.
Las cruzadas en la Edad Media con sus patéticas muertes de inocentes (¿no es siempre inquietante la muerte de un inocente?)
Todas las épocas tuvieron pasiones que definieron la vida social. Tiempos grises-claros, grises-oscuros, no todo fue blanco o negro, indudable.
Por estos días nuestro leitmotiv es un poco más banal que la crueldad de la guerra pero no menos peligroso. Porque la pasión que nos domina obnubila el cerebro y deja paso al
desmadre como el torrente rompe los diques e inunda lo que encuentra a su paso.
Nuestras calles son inundadas por la marea vandálica en supuestas ceremonias de protesta-celebración-gozo-tristeza incomprensibles.
Se encienden fogatas en plena calle para mitigar el dolor.
Agredimos en lugar de llorar.
Peleamos contra enemigos invisibles.
Odiamos sin ejercitarnos en la pérdida.
Un disparo traspasa la espalda de mi amiga Ale., víctima inocente que pasea en bici en la tarde de invierno. Una bala loca venida quién sabe de dónde. O tal vez todos lo saben pero nadie se atreve a decirlo. El miedo sella bocas y enmudece gargantas.
En las escuelas se enseña a ganar, el éxito está a la vuelta de la esquina.
Los niños son hoy más asiduos a cursos de artes marciales que a música o pintura.
Somos una nación joven, podemos darnos la licencia de la desproporción, mañana veremos quién paga el estropicio.
Puede ser en Santiago,
Talca, Calama, el lugar es indiferente al exceso, como el ímpetu del volcán
Calbuco con su secuela de destrucción aterradora.
Tal vez la violencia sea el lenguaje que nos una en cada celebración o contratiempo.
Tal vez el amor sea una obsolescencia de atardeceres nostálgicos acompañados con un mortecino sol de invierno.
Escribo estas palabras mientras Ale. sale de una milagrosa operación, 3 horas de quirófano, proyectil sin salida.
Escribo con la esperanza al borde del abismo, la horda vandálica acecha, como a Caín en el inicio de los tiempos:
"... si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo". (Génesis 4:7 NVI)
No pudo, Caín.
Abel, en el ojo de la furia todavía exhibe la herida y la sangre fluyendo.