Él alegaba que era ahorrativo, que la vida de pobreza es dura, que nadie te da una mano cuando caes en la indigencia.
Gran error.
La vida de pobreza no es más cruel que cualquiera de los males que aquejan la raza humana.
Es más sencillo soportar la necesidad económica que la falta de amor, la incredulidad, una enfermedad terminal en plena juventud, la consternación al perder un hijo, el abismo de la soledad, la perversidad de un enemigo.
Aquella historia del joven rico es tan vigente hoy como lo fue en otra época.
Y la orden de vivir dando no se ha derogado para este siglo, por el contario, sigue siendo una fuente de bendición para el donador.
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Que cada uno dé como propuso en su corazón,
no de mala gana
ni por obligación,
porque Dios ama al que da con alegría.
Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes,
a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente
en todas las cosas,
abunden para toda buena obra.
2 Corintios 9:7-9
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(Fotografía de Noel Feans)
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(Fotografía de Noel Feans)