Aparte del considerable ahorro que significa arrendar una cabaña en cualquier playa, ahorro -por cierto- para fines superiores.
He estado aquí tantos años y apenas conozco la ruta turística.
Después de una buena siesta –con la tele encendida-, caminaría por los parques de la Capital, vagaría por sus calles olorosas a orines y buganvilias, bebería algo en cualquier sucucho de malamuerte, buscaría los atardeceres entre los árboles del barrio, viajaría sin rumbo, visitaría algún museo, todos los cerros, leería hasta la madrugada y –contraviniendo al galeno- comería carne asada con papas fritas, chicharrones, algún capuchino con leche de coco y toda suerte de panes acompañados de embutidos donde me pillara el hambre.
Es exactamente lo que hice.
Solo que hoy –de retorno a la rutina- no encuentro manera de hacerme regresar.
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Luego dijo Jesús:
«Vengan a mí todos los que están cansados
y llevan cargas pesadas,
y yo les daré descanso.
Mateo 11:28
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(Fotografía del cerro Huelén, un oasis en medio de la ciudad)
(Fotografía del cerro Huelén, un oasis en medio de la ciudad)