Hace algún tiempo un amigo me dijo: “yo quiero vivir la
vida sin privarme de nada, quiero
experimentarlo todo”.
Vaya, qué ambición.
La juventud exclama como el antiguo proverbio del profeta:
“comamos y bebamos que mañana moriremos”, o como algunos filósofos de de la
simpleza aseguran “después de esta vida no hay otra”.
Hay muchas formas de vivir.
Cada uno puede elegir la suya (si le es posible), y me
parece increíble que tengamos esa posibilidad dada las circunstancias a las que
fuimos sometidos.
O tal vez lo que llaman los teólogos “libre albedrío” sea
una ilusión del sistema occidental que desea asegurar la idea de la
libertad humana.
No lo sé.
Ni me preocupa demasiado cuando algunas de mis amigas
–pensantes ellas- se intranquilizan con aquello de la “predestinación” y la
“elección” de Dios sin que medie la intervención del hombre.
En realidad, Susana, no me preocupa que Dios elija o que
el hombre elija su vida (o destino, como quieras llamarlo). Creo que Dios es
bueno, santo, sabio y su intención no es condenarnos a vivir en la miseria o
desesperación.
Tal vez sería más sabio confiar en Su Providencia antes
que en nuestro conocimiento limitado.
Basta mirar la profusa producción de mi jardín para
comprender la magnífica bondad del Altísimo, su ley de siembra y cosecha
inalterable a través de los siglos…
Auch…, esto parece un sermón, mejor lo dejo hasta aquí.
Déjate caer en los brazos de Dios y abandona el temor.
Su Gracia te ayudará.
(Fotografía del hibisco de mi jardín)
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Si vivimos,
es para honrar al Señor,
y si morimos,
es para honrar al Señor.
Entonces, tanto si vivimos como si morimos,
pertenecemos al Señor.
Cristo murió y resucitó con este propósito:
ser Señor de los vivos y de los muertos.
Carta del apóstol Pablo a los Romanos 14:8-9
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