miércoles, 26 de diciembre de 2012

Rencores.


La madre está postrada, resignada a su enfermedad y encierro. Voy a visitarla en un acto de hermandad por las fiestas. Como ella no podrá asistir a los servicios de nuestra Comunidad le llevo un saludo y una bendición de los hermanos.
Mientras conversamos ingresa su hija que ha venido a visitarla, ambas sonríen felices. Pasa el tiempo y de pronto algo sucede en el ambiente, un imperceptible sentimiento de incomodidad me atraviesa. La hija me susurra, “no puedo perdonarla”. Es un instante extraño, me siento rara con esa confidencia sin saber de qué está hablando. “A mi madre –dice- no logro perdonarla”.
Tenemos un momento de oración, luego me despido. La joven me acompaña a la puerta,  conversamos del rencor que corroe sus huesos. Su ira contra una infancia maltratada, sus recuerdos insanos, las sombras que no logra disipar.
¿Qué hay en el corazón tan poderoso que no se puede perdonar ni a la propia madre?


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Entonces se le acercó Pedro y le dijo:
Señor, si mi hermano peca contra mí,
¿cuántas veces debo perdonarlo?
¿Hasta siete veces?

Mateo 18:21
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(La fotografía, obra de Thomas Kinkade)


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