Promesas sublimes.
“Cuando seas mayor Dios te usará para grandes cosas”.
“Dios tiene un plan maravilloso para tu vida”
“Sigue tus sueños, tú tendrás un gran futuro”.
¿Dónde quedaron esos ofrecimientos?
¿En qué recodo del tiempo se perdió la grandilocuencia?
¿Cuántos de nosotros somos “grandes”? (Y por cierto, ya llegamos a mayores).
Ni profetas, ni misioneros, ni predicadores, ni exitosos, ni elocuentes.
Común.
Exactamente eso, común.
Casi invisible.
Ejecuto cada día actos pequeños, visito una enferma, doy un pan con algo adentro, un vaso de agua, una taza de té, canto una canción que nadie –excepto Dios- escucha.
Escribo palabras breves –ni me atrevería a publicar un libro-, hago rogativas que muchas veces no resultan como las espero, voy a funerales –este año ha sido el peak-, riego las flores. Cuido unos patos que a nadie importa si viven o mueren (a mí obvio que sí), me levanto con la esperanza que este día suceda algo extraordinario de parte de Dios, como decía el cantor aquel “una luz segadora, un disparo de nieve”, lo más cercano ha sido el viento impetuoso que botó las hojas de las palmeras, por un momento pensé que alguna terminaría en el suelo.
¿Soy infeliz porque no tengo un nombre en los periódicos?
¿Me siento postergada porque mi rostro no triunfa en las páginas sociales?
¿Me consume el desasosiego porque perdí el tiempo en actos insignificantes, a veces modestos y anónimos?
En absoluto.
He recibido más de lo que he dado.
Me han amado más de lo que he amado.
He sido bendecida más allá de mis limitaciones.
Él me ha guardado de noticias catastróficas.
Tengo entero el esqueleto y conste que he tenido caídas espectaculares.
Mi corazón no sabe de taquicardias.
Es verdad, nunca soñé demasiado, ni fui “aspiracional”.
Nunca escalé una montaña para batir un record o corrí una maratón, cuando voy al volante mi velocidad es la que estipula la ley, 60 Km/por hora en la ciudad, 90 en carretera.
Mamá decía (con alguna razón), que su hija no tenía ambiciones.
Yo estuve –y estoy- dispuesta a los trabajos nimios, ocultos, sin gloria.
El único deseo que tengo (en eso me declaro aspiracional) no lo he logrado aún, tal vez deje la vida en el intento, sencillamente ser como Cristo.
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"Y cualquiera que como discípulo dé a beber
aunque sólo sea
un vaso de agua fría a uno de estos pequeños,
un vaso de agua fría a uno de estos pequeños,
en verdad les digo
que no perderá su recompensa.”
que no perderá su recompensa.”
Mateo 10:42 (NBLT)
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