Esperábamos como novio frente al altar, espectántes, ansiosos, cada día mirábamos el informe del tiempo y nada, abril "aguas mil" sumergido en smog, mayo, junio, ahogados en humo, restricciones de todo tipo, de vehículos, ejercicios, paseos en bici, gimnasia en los colegios, todo porque la lluvia, cual novia caprichosa, se negaba a venir.
De pronto el horizonte se oscurece.
La brisa vespertina humedece el ambiente, presentimos las nubes sobre la Cordillera de los Andes, un anciano declara con alegría, "mañana lloverá". Todo se conjuga para dar la bienvenida a la ausente, la bienamada, la que alegra el corazón de los humanos.
¿Qué sería de nosotros sin la lluvia?
Un hombre puede vivir sin mujer, puede soportar que lo dejen "plantado" en la iglesia frente a cientos de invitados, nosotros no existimos sin ella.
Nunca como este año supimos cuánto la amamos y necesitamos.
Tal vez se hizo de rogar por eso, para que la apreciemos en toda su grandeza, para que seamos agradecidos de los dones que se nos dan .
Para que reconozcámos lo frágiles, precarios y dependientes que somos.
Hemos salido a las calles a celebrarla. La hemos abrazado y hemos dado gracias a Dios por el regalo inmerecido.
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Tú, Dios nuestro, derramaste abundante lluvia,
y a tu exhausta tierra infundiste vida.
En ella, oh Dios, habitan los que son tuyos;
tú, por tu bondad, das al pobre lo que necesita.
y a tu exhausta tierra infundiste vida.
En ella, oh Dios, habitan los que son tuyos;
tú, por tu bondad, das al pobre lo que necesita.
Salmos 68:9-10)
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