Sonido del timbre en mi puerta.
Un muchacho con cara de “urgido”.
-Soy de aquí de la vuelta, mi abuela está en la Posta de Urgencias -dice de corrido-, necesito unos tres mil pesos para irla a buscar en taxi.
-¿…?
- ¿Me puede prestar?, yo se los vengo a devolver cuando vuelva con ella. Le juro que se los devolveré.
Por alguna extraña razón, le creo.
Abro el monedero y le extiendo los billetes.
Él feliz, agradecido, contento.
Hasta ahí todo bien.
¿Volverá a devolvérmelos?
Tres horas después de nuevo el timbre.
El mismo muchacho.
¡Qué bueno!, pienso, me viene a devolver el dinero, mi fe en el ser humano no ha sido defraudada. -Disculpe que la moleste pero me ha faltado dinero y tengo que pagar la carrera del taxi. ¿Me puede prestar dos mil más?
¿Dónde está el taxista?, le pregunto con cierta desconfianza.
-En mi casa, aquí a la vuelta, está esperando.
Miro la vereda, diez pasos para llegar a la esquina.
Camino junto a él.
-Ud. no confía en mí, dice con reproche.
-Me han engañado muchas veces, le digo.
Sí, como ustedes se imaginan, en su casa no había taxi ni taxista.
Tal vez ni siquiera abuela.
Obvio que no lo he vuelto a ver.
Mi fe ha sido defraudada una vez más, pero les aseguro, volveré a caer, porque una no quiere rendirse a la evidencia que ciertos seres humanos hacen del timo un estilo de vida.
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Jesús le dijo:
Si puedes creer, al que cree todo le es posible.
Marcos 9:23
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