No hay por qué estar triste
La poesía cumple su función como cualquier titular de papel
o digital. Ni más ni menos.
Se lee poco, no tengo quejas contra eso, también se
escucha poca música (se ha puesto de moda el reggaetón, más que música parece
un cúmulo de discursos), se danza mucho menos (los bailes modernos parecen clases de aeróbica) y convengamos, las bellas
artes pareciera que están en decadencia. Las profesiones favoritas al momento de elegir una carrera universitaria son ingeniería, medicina, arquitectura, obviamente las más rentables.
La vida es más que un partido de futbol, más que un gol
gritado a todo pulmón o un recorrido por el retail hasta agotar la tarjeta de
crédito; más que una cuenta bancaria con varios ceros a la derecha, infinitamente más.
La poesía está en todos lados, la belleza te asalta en
todas las esquinas, ves una madre que pasea a su bebé dormido y en esa calma
sientes que brota su perfume cálido semejante a un cuadro de Monet, un poema de Yeats o
la música de las 4 estaciones, Vivaldi incluido.
Obstruir la belleza es como el deseo de ese cielo de
otoño que lucha por impedir la luz del sol con nubes que vuelan de un lado a otro creando
dimensiones sorprendentes.
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Todo está bien en su momento oportuno.
Pero si bien
Dios ha plantado la eternidad
en el corazón de todo hombre y mujer,
el ser humano es incapaz de una plena visión
de la obra de Dios de principio a fin.
Eclesiastés 3:11
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