No sé si ese fraseo será literal o alegórico.
A veces la liturgia nos lleva a expresiones que no entendemos o no cultivamos en la vida real.
Se transforman en dichos dominicales que tienen cierto signo de espiritualidad, que elevan el alma pero al traspasar la puerta del templo –y volver a la cotidianeidad- olvidamos.
¿A qué nos referimos realmente cuando hablamos de pasión?
Pasión por Dios.
No hay pasión sin sufrimiento.
En sí misma la palabra "patior" (latín) significa sufrir.
La pasión de Cristo es la mayor imagen de lo extrema que puede llegar a ser si se practica en el sentido estricto.
¿Qué estamos diciendo cuando nos declaramos apasionados por Dios?
¿Implica que Él es nuestro único centro-eje-foco-principio y fin de adoración?
¿Que nuestros afectos se someten a su voluntad?
¿Estará Él presente en el día a día de mi realidad?
¿Qué la devoción será más que un hobby de domingo?
Declarar pasiones -cualquiera que esta sea- me suena un poco jactancioso.
Personalmente me parece una grandilocuencia hacer alarde de una relación con Dios, una presunción de una espiritualidad que no poseo (aspiro sin duda) y que si la tuviera no podría vocearla como un consecuencia de lo virtuosa que he sido o como una conquista personal.
Si de algo estoy segura es de mis debilidades.
Más allá de toda duda, conozco mi tramposo corazón que más de una me ha jugado.
Sé más de mis carencias que ningún otro tema.
Solo puedo aferrarme cada día a la gracia soberana, a la misericordia abundante, al amor inalterable de Dios.
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"... el Señor nuestro Dios,
el Señor es uno.
Y amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón,
y con toda tu alma,
y con todas tus fuerzas.
Deuteronomio 6:5-6
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(Fotografía: Flor de la Pasión)