La multitud aprieta, empuja, porfía por entrar a un carro atiborrado.
Una señora sube después de bastante trabajo con una bolsa de compras –nada voluminosa-, a los pasajeros no les parece bien y se lo señalan con poca cortesía.
No ha roto ninguna regla de convivencia, me parece una reacción exagerada y descortés.
Mientras el tren se mueve lentamente siento el aire de nerviosismo que se respira en la ciudad, el estrés galopante que rodea las vías de ida al trabajo o de vuelta a casa.
Me impresiona la poca tolerancia de los usuarios, aunque en su descargo debemos notar que el sistema es fastidioso, impredecible, incómodo y totalmente saturado.
Lejos está aquel Metro olor a nuevo, amigable, vías expeditas, gente contenta, hasta había asientos desocupados. Hoy, si logras subir a un carro hay que alegrarse.
El escritor Roberto Ampuero en alguna parte escribe, “ Chile, más que “un paisaje”, como lo define Nicanor Parra, o “una loca geografía”, como lo describe Benjamín Subercaseaux, es un estado de ánimo.”
Nuestros estados de ánimo en la ciudad van fluctuando entre la depresión, la euforia y la violencia.
Días donde pareciera que a todos les pisaron los callos.
Otros presurosos por llegar a ver la tv, como si de esta dependiera todo bienestar.
Días de queja contra el mundo, desde la Presidenta, los políticos (tema recurrente) hasta el último e ignorado funcionario.
Pocos días de alabanzas a Dios.
Poca gratitud.
En las calles no se oye música.
Casi no he escuchado las campanas.
Tal vez llegando diciembre volvamos a un estado cordial con el prójimo.
Tal vez diciembre nos traiga el regalo de la paz en el alma.
Oro por eso.
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El que es paciente muestra gran discernimiento;
el que es agresivo muestra mucha insensatez.
el que es agresivo muestra mucha insensatez.
Proverbios 14:29 (NVI)
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