lunes, 22 de septiembre de 2014

Sanidad.


Hace algún tiempo escribí acerca de Elena., enferma por un periodo no menor a los seis meses. 
Hoy está perfectamente bien, con ciertas restricciones alimentarias que han mejorado su calidad de vida. 
Aquella vez cuestionó todo, su fe, su fidelidad, el amor de Dios. 
Cada enfermedad tiene sus altos y bajos y un tiempo para definirse.
Algunas son largas y dolorosas, otras tolerables. 
Las definitivas desembocan en un funeral. 

Estos días de Fiestas Patrias hemos compartido haciendo unas ricas empanadas de horno, un terremoto sin alcohol (delicioso) y un entrañable "pebre cuchareado".

Mientras la veo reír, conversar y comer como si nunca hubiese estado enferma, recuerdo al Señor en el evangelio de Juan: 
“Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? —le preguntaron sus discípulos—. ¿Fue por sus propios pecados o por los de sus padres? 
—No fue por sus pecados ni tampoco por los de sus padres —contestó Jesús—, nació ciego para que todos vieran el poder de Dios en él.” (Cáp. 9)
 
Aún hasta nuestros días hacemos las mismas preguntas cuando alguien enferma. 
Algunos sostienen: 
- No se ha cuidado (como aquella que me confesaba: "tú sabes que soy fina, solo bebo vino").
- No hace deporte. 
- Demasiado carnívoro,  por eso tiene gota. 
- Tiene estrés por enojón y trabajólico. 
- Los genes “le pasaron la cuenta”. 
- Muy desmedido, a puro completo no se puede vivir. 
- Las consecuencias, pues, las consecuencias y sentenciosamente “se cosecha lo que se siembra”. 
- O lo que sostengo, hay que tener una dieta saludable (sin duda no te exime de cualquier malestar, pero lo minimiza). 

La sanidad dentro de la comunidad evangélica siempre ha sido un tema relevante. Nuestros padres se apegaban a la "oración y el ayuno" como  la receta simple y efectiva para todo tipo de dolencias. 
Con el advenimiento de la ciencia, la modernidad y los medicamentos de última generación, la antigua receta ha derivado a un segundo lugar o derechamente al baúl de los recuerdos.
Si se pregunta ¿sana Dios hoy? todos los creyentes concordaremos que sí, que obvio, está dentro de nuestra doctrina. Sin embargo acudimos al médico y nos empastillamos hasta el borde de la drogadicción, sin colocar en práctica la fe que decimos sostener.

Pocas veces pensamos que la gloria de Dios puede manifestarse a través de las pequeñas o grandes situaciones cotidianas, los grandes o mínimos dolores. Se nos ha atrofiado la percepción del visible amor, poder y esplendor de nuestro Creador. 

Tal vez porque estamos muy ensimismados para verlo. 





2 comentarios:

Fernando dijo...

¿Hay un plato que se llama "terremoto"? Qué temeridad, en Chile.

Exacto lo de las acusaciones, Yeste. Al menos en España -supongo que en Chile también- muchos hemos sido educados en el principio de que todo lo que te pasa es culpa tuya: andar demasiado, andar poco, beber demasiada agua, beber poca agua,... Siempre hay una causa que explique los males, sobre todo si le pasan al otro.

Y, sí, es así: confiamos demasiado en los médicos y demasiado poco en Dios. Pero también ocurre lo contrario: cuando uno cae enfermo se siente desvalido, es un buen momento para volver a Dios, a ponerse en sus manos mediante la oración.

ojo humano dijo...

Lo del terremoto es una bebida, me imagino una comida, ay eso habria que verlo, de lejitos.