lunes, 1 de septiembre de 2014

El Santiago de Luciano Kulczewski.


Salgo a caminar por la ciudad. 
Descubro barrios pequeños, escondidos, casas que todavía los "lobos" de las inmobiliarias no logran echar abajo. 
Casas que hablan de tiempos bucólicos, tardes de lecturas, madres que hornean pan, niños jugando en plazas luminosas. 
No hay apuro.
Se respira tranquilidad, aun con las avenidas llenas de autos cerca.
Siento una nostalgia anticipada. 
Estos barrios condenados a morir -toda ciudad se construye sobre otra-, como las personas habitan casas que otros habitaron y viven vidas que otros vivieron. 
Es el sino del ser humano, no hay por qué rebelarse, y ¿qué más da si lo hiciéramos?

Pienso en Luciano  Kulczewski y su lucha por dejar este legado, casas sembradas por todo Santiago (incluso el edificio donde vivo) como una gran pintura de los años treinta-sesenta. 
Leo los diversos artículos que hay en la web, algunas de sus palabras, su firma y voy descubriendo la riqueza de una época espectacular, cuando los hombres le daban un cierto valor (todavía) intangible y no monetario a cada ser humano. 
Me maravilla descubrir la arquitectura, los colores, las formas variadas y la dignidad que quizo imprimirle a viviendas de tono menor, construidas para obreros y gente común.


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Y ahora, amados hermanos, una cosa más para terminar. 
Concéntrense en 
todo lo que es verdadero, 
todo lo honorable, 
todo lo justo, 
todo lo puro, 
todo lo bello 
y todo lo admirable. 
Piensen en cosas excelentes 
y dignas de alabanza 

Filipenses 4:8 (NTV)

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