miércoles, 22 de diciembre de 2010

Defensa de la fe.


 Mi amigo B., se dedica a la exégesis bíblica, el griego, el hebreo y el español.
 Muy sencillo él, no pretende –como muchos- que todo cristiano nade en sus aguas.
La exégesis –me dice-, depende de muchas variables.
Me imagino.
Podría haber tantas interpretaciones de nuestra  Biblia como traducciones hay -prosigue.
¿Qué nos une?
¿Qué nos divide?
¿Por que viajamos tan apresuradamente si llegaremos al mismo lugar?

La pasión por la defensa de la fe a veces nos obnubila con un cierto sentimiento de superioridad que nos separa, nos disgrega.
¿Necesita Dios defensa?
El ser humano creyente ¿la necesita?
A veces, sin duda, hay que poner el punto sobre la i. Pero andar por la vida a la caza de dragones me parece casi ofensivo.

Pasión sí,  por la presencia de Dios. Personalmente la apologética, la homilética y la hermenéutica  la dejo para los expertos.  Confiamos que lo harán bien.
Mi pasión, encontrar, entre las líneas escritas e interpretadas,  la amistad del Único, el Grande, el que te sostiene de tu mano derecha, el que te ha dado este instante.
¿Será demasiada pretensión?


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  ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia
      y desatar las correas del yugo,
   poner en libertad a los oprimidos
      y romper toda atadura? (NVI)
 
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¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, 
soltar las cargas de opresión, 
y dejar ir libres a los quebrantados, 
y que rompáis todo yugo?(RV 1960)
 
 
Isaías 58:6

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jueves, 16 de diciembre de 2010

Lo que me gusta de diciembre (5)


Mucha mezcla.
Diciembre es el mes de los olores a rosas, lavanda, hibiscos. Junto con melones, sandías, mango, duraznos, choclos, porotos, pepinos, paltas…
Recorro la feria de frutas y verduras donde hacemos una “Estación de Oración” (método simple de evangelismo) y me reciben los más variados productos. Es un tiempo traslapado donde se terminan las naranjas, los pomelos, los kiwis,  para dejar paso a las nuevas delicias que nos acompañarán hasta el otoño.

¿Habrá algún país tan pródigo en frutas y verduras como Chile?
Es posible. Tal vez cada uno tenga su propia variedad y en eso radica la riqueza de cada nación, aun cuando la celebración es la misma.  
 

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Las mandrágoras han exhalado su fragancia,
         y a nuestras puertas hay toda clase de frutas escogidas,
         tanto nuevas como añejas,
que he guardado para ti, amado.

Cantares 7:13

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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Lo que me gusta de diciembre (4)

No solamente me gustan las flores y los olores de diciembre, o los regalos.
También las canciones.
Y –cómo no- las tarjetas, de papel, por supuesto,  (a veces reciclado con anticipación);  de cartulina con pesebre, burro, vaca, ovejas, pastores y reyes incluidos.
Un recién nacido al centro y la estrella amarilla revestida con purpurina dorada.

Con los niños de mi Escuela Dominical hacemos nuestras tarjetas o remasterizamos algunas antiguas, recortando, pegoteando y pintando. Nos divertimos y a la vez hablamos de Jesús,  la importancia de esta fecha y el por qué tuvo que venir.

No hay método mejor que hacer lo que se aprende.


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La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús,
quien, siendo por naturaleza  Dios,
no consideró el ser igual a Dios
como algo a qué aferrarse.
Por el contrario,
se rebajó voluntariamente,
tomando la naturaleza  de  siervo
y haciéndose semejante a los seres  humanos.
Y al manifestarse como hombre,  se humilló a sí mismo

Filipenses 2
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lunes, 13 de diciembre de 2010

Lo que me gusta de diciembre (2)


Me alegran los regalos.
¿No es maravilloso que alguien pensara en ti, dispusiera un dinero, saliera a comprar y dejara los pies en la calle para sorprenderte con algo?
Algo.
Cualquier cosa.
Un regalo es lo más subjetivo que hay, a una persona le parece precioso “ah, esto le gustará” y el receptor piensa que es lo más kitsch que ha visto.

Diciembre es uno de los pocos meses donde pensamos en los otros.
¿Qué le gustará a…?
¿Qué cara va a poner cuando…?
¿Será de su talla?
¿Le agradará el color?
¿Le servirá para algo?
Muchas preguntas, todas pensando en el regalo ideal para los que amamos.
A veces damos justo en el clavo. Otras no tanto. Pero el esfuerzo se hace.

Recorro las calles y observo cientos de personas con cara de agotamiento buscando el mejor obsequio al mejor precio, que alcance para todos, que todos reciban, en especial los niños.
Algunos dicen que estas cosas son “puro consumismo”.
Pero no puedes negar que te alegra recibir un presente imprevisto ¿no?

Que levante la mano el que NO le gusta recibir un obsequio –como dice algún predicador con osadía-; porque no faltará alguno que le eche a perder la ilustración.
 Pues a mí, me gusta que me regalen. Y también regalar.

El regalo que más me gusta y me dura todo el año (y siempre) es el que me dio mi Padre, el mejor del mundo, lo máximo: Jesús.

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¡Gracias a Dios por el don de Jesucristo,
que no hay palabras que puedan describirlo!


2 Corintios 9:15 (Castilian)
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viernes, 10 de diciembre de 2010

Lo que me gusta de diciembre (1)


Todos los días son bellos porque estamos vivos.
Pero hay tiempos extraordinarios, el 18 de septiembre –nuestra fiesta nacional-, el día de los niños, el cumpleaños de alguien, la navidad.

Ayer salí a comprar un pan dulce y las calles olían a las rosas, a hibiscos en todo su esplendor; ingresas a algún lugar y te reciben perfumes de lo más variado, canela, jengibre, damasco, cilantro, fruta confitada, es todo una fiesta para el olfato.

-¿Qué harás para Navidad?, le pregunto a mi amiga J.
-¿Con qué podremos agradar a  Jesús?

Lo que me gusta de diciembre no solo es la belleza de estar viva sino la perspectiva de cantar para Él hermosas canciones, celebrar que nació (sí, ya sé que no nació un 25 de diciembre, no cuestionemos, lo esencial es que vino), reconocer su sacrificio y compartir, quizás no hay mejor tiempo que éste para regalar las buenas nuevas de Cristo.



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Por aquellos días, 
el emperador romano César Augusto
decretó que se hiciera un censo de población 
en todos los territorios sometidos a su dominio.
Este primer censo se hizo 
en el tiempo en que Cirenio era gobernador de Siria.
Según las disposiciones dictadas para la elaboración del censo, 
cada cual tenía que acudir a su ciudad de origen 
para ser empadronado.
Por esa razón, José, que era del linaje de David, 
tuvo que viajar desde Nazaret, un pueblo de Galilea, a Belén, 
la ciudad de David, en Judea.
Fue allá para ser empadronado
juntamente con María, su esposa, que estaba encinta. 


Lucas 2
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jueves, 9 de diciembre de 2010

Símbolos.


Visitando a la hermana Jane,   me recibe a la entrada de su jardín  un hermoso árbol de Navidad…azul.  
Pródigamente decorado con luces ad hoc y bolitas brillantes. 
Hay en ese hogar y en sus moradores el deseo de agradar, de compartir, de un tiempo feliz para todo el que pase por esa calle.   
Cuando llegan estas Fiestas, se abre un espectro de opiniones diversas respecto del árbol, Santa Claus (o Viejito Pascuero), el pesebre, los magos, las canciones que se deben cantar,   opiniones que  -por cierto-,  tienen las mejores intenciones para educarnos o edificar a los oyentes. 
Particularmente no tengo nada en contra o a favor de los símbolos, creo que cada persona tiene los suyos, cada persona necesita asirse a algo tangible hasta que llega el momento de una iluminación mejor y prescinda de ellos…o los conserve como material didáctico. 
Si nos guiamos por opiniones personales, en estricto rigor, no deberíamos adoptar ningún símbolo, todos tienen alguna segunda lectura. 

Para algunos será la cruz, o la Biblia de “mi mamita”, el logo de su capilla, el báculo, un libro determinado, un pez dibujado de cierta forma, una bandera, el escudo familiar, la fotografía de un ser amado, unos dedos en v, en fin, somos seres de símbolos. 
Frente a la pregunta: ¿Deberían tener los cristianos árboles de Navidad?, leí por estos días un buen artículo del respetado Pr. John MacArthur, aquí: