sábado, 4 de abril de 2015

Sábado de Semana Santa.


La ciudad ha quedado desierta, a merced y goce de los que eligieron quedarse y disfrutar la paz y el silencio de las calles.
Me siento a picar porotos (alubias) verdes en juliana para hacer una ensalada con tomates.
A media tarde troceo unas ciruelas negras y las coloco con azúcar a fuego lento.
Pronto empieza la olla a sonar suave y pausada.
A lo lejos se oyen cantos apacibles.
En los departamentos vecinos nadie toca música ranchera, rockera o reggaeton , tal vez todos estén en la playa.
Ni siquiera los adictos a  Norah Jones han dado señales.

 La tarde es plácida, dulce y deliciosa.
Anochece, enciendo la tele, están dando películas antiguas, elijo una.
La mermelada de ciruela ya no burbujea, está  en su punto.
La guardo en frascos nuevos pensando en la persona a quien la obsequiaré, imagino su cara de placer y eso me alegra.
La ciudad duerme tranquila.
¡Qué paz!



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(Jesús)...ya había sido destinado desde antes de que Dios creara el mundo, 
pero que se manifestó en estos últimos tiempos por amor a ustedes.  
Por él ustedes creen en Dios, 
que fue quien lo resucitó de los muertos 
y lo ha glorificado, para que ustedes tengan puesta su fe y su esperanza en Dios.


1 Pedro 1:20-21 (RVC)

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