A su puerta llegaban autos y dueños de todo tipo de pelo, la fama es un soplo que traspasa cualquier condición social, más aún si somos un país adicto a lecturas proféticas, grafología, tarot, horóscopos, hojas de té y cuentos mágicos, entre otros.
La Sra. Bruni, la adivina, vivía con sus hijos –escolares todavía- y su hermano, Juanito, un muchacho afable y amistoso que le ayudaba en la crianza de los tres niños.
Cierto día vino a su consulta una joven, bastante apenada por la indiferencia de su amante. Doña Bruni le pidió una fotografía del susodicho para ver qué podría hacer en esas circunstancias. La muchacha sacó de su cartera un retrato, en ella la estampa de Juanito estaba más que clara.
Reponiéndose de la sorpresa doña Bruni le explicó la vida del joven con lujo de detalles y le aconsejó que lo olvidara pues estaba de novio con una mujer del barrio donde vivía. Nunca le reveló lo del parentesco. Obviamente la chica se fue con la impresión que aquella adivina sí que era verdadera.
Así es como se construye la fama en este mundo.
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Que no haya en ti nadie
que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego,
ni nadie que practique la adivinación,
ni sea agorero,
ni sortílego,
ni hechicero,
ni encantador,
ni adivino,
ni mago,
ni nadie que consulte a los muertos.
Deuteronomio 18:10-11
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(Fotografía, Cordillera de Los Andes).