Recorrió países de nombres ininteligibles, visitó puertos exóticos y escuchó lenguas de ángeles y demonios.
Nadie se explica porqué terminó viviendo en la calle, en la plaza más vistosa de la comuna, "no tengo nada que esconder, decía, no soy delincuente ni ladrón".
Tal vez el alcohol, la soledad, la muerte de la esposa, ¿quién puede saber sino la persona misma el por qué de una decisión tan extrema?
Arropado en cobertores que le regalaban, alimentado como las aves del cielo por cualquier alma caritativa, el Capitán se mantuvo incólume durante todo un invierno.
Sus dos hijas –con toda la vergüenza que significa- venían a rogarle que volviera a casa.
Amenazas, lágrimas, súplicas, nada. Displicente y cascarrabias, les contestaba con unos gritos perentorios como si ordenara la tripulación de un barco imaginario y hasta ahí llegaba el diálogo.
Cierto día vino un camión municipal, subieron sus ropajes, dos muchachos musculosos lo alzaron en el aire, protestó a regañadientes, en el lugar quedó solo un poco de basura y el olor característico de los vagabundos.
¿Dónde estará el Capitán?
Algunos dicen que lo recluyeron en un asilo, otros que murió de pena.
¿Viajará libre por los mares del cielo?
Cierta vez que le llevé comida me dijo con voz ronca: “la libertad es lo único que vale en la vida”.
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Tú, Señor,
eres el refugio de los pobres;
eres su amparo en momentos de angustia.
Salmos 9:9
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