Chistoso el calificativo.
Si no fuera ofensivo, claro está.
Hay una costumbre ancestral profundizada por el temor a
lo desconocido, costumbre que nos incita a ofender o derechamente hacer una
caricatura de aquello que tememos.
Eso ha sucedido con los evangélicos en Chile.
Crecí con la etiqueta de “canuta”. Nunca fue una gran
ofensa para mis escasos años pues si uno lee la historia, ésta redime cualquier
seudónimo humillante. Recordemos el revelador
ejemplo de don B. O Higgins, apodado “huacho”,
término que nadie recuerda ni usa para un “padre
de la patria” como se le considera.
Con la curiosidad de mis 10 años investigué como pude la
palabra aquella, le pregunté a mi madre, al jefe del coro, al pastor de la
iglesia y formé un cuadro mental de mis ancestros, con cierto orgullo por su
valentía y pena por sus sufrimientos.
De mayor me di a la tarea de lecturas más profundas. Nunca
me he sentido discriminada ni rara. Soy cristiana evangélica como otros son
mormones, ateos, musulmanes, católicos o hinduistas.
Ni siquiera pido algún beneficio legal, sencillamente
vivir la fe como otros viven la suya, en un país clasista ¿hay alguno que no lo
sea?, un poco racista, un poco tolerante-intolerante, marcadamente político y cada
día más incrédulo.
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Fijemos
la mirada en Jesús,
el
autor y consumador de la fe,
quien
por el gozo que le esperaba sufrió la cruz
y
menospreció el oprobio,
y se
sentó a la derecha del trono de Dios.
Por
lo tanto,
consideren
a aquel
que
sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores,
para
que no se cansen ni se desanimen.
Hebreos 12:2-3
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