lunes, 8 de octubre de 2012

La última biblioteca.


Mi tercera Biblioteca era un caos. Iba agrandándose de tal manera que apenas podía entrar al dormitorio, repisas llenas sin clasificar, libros por todos lados. 
Cierto día enfermé,  esas gripes insufribles donde duelen hasta las uñas. Larga convalecencia sin abrir una página, ni escribir una letra, un verdadero suplicio.
Meditando en mi egoísta  acaparamiento, tomé la decisión de regalar algunos ejemplares. Difícil decisión, todo libro tiene una historia que contar.  Pero si había alguno que no era leído en dos años, ¡adelante!, se va.
Pero sucedió algo curioso, me empezaron a llegar libros digitales. Una amiga me regaló varias biblias, algunos comentarios. En el Seminario Teológico un profe nos pasó su pendrive personal, ordenado, clasificado, una maravilla. Tal  vez ni me alcance la vida para leerlos todos.
Así cada cierto tiempo dejo una revista y un libro en la reja de mi jardín, a los pocos minutos desaparece.
Un obsequio al transeúnte.
Aprender a perder voluntariamente no es un ejercicio fácil.
Ahí estoy, intentando.


 

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“Mientras llego,
ocúpate en la lectura,
la exhortación
y la enseñanza.”


1 Timoteo 4:13

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