Tanta experiencia desfavorable, tanta mala noticia en los medios nos hace dudar de la bondad del mundo, pero sí, todavía hay amor en las personas, genuino, real, abnegado y alegre.
Lo vi hace algún tiempo en casa de Jenny, dejó su trabajo que le daba libertad financiera para dedicarse a cuidar sus padres, él con cáncer y la madre en silla de ruedas. Por si no fuera un trabajo arduo, su hermana menor deambulaba por la casa víctima de una inestabilidad mental. Todo un trabajo de dedicación que –me confesó- a veces la sobrepasaba.
Lo vuelvo a ver hoy en el hogar de mi amiga L.
La madre con Alzheimer demanda toda la atención.
En muchas ocasiones la anciana llora por volver a su hogar (el que recuerda), desconoce a todos y grita porque se siente amenazada. Perder la memoria o quedarse estacionada en alguna edad no es para estar alegres.
Sin embargo L. me dice que desea llenar de alegría el tiempo que le quede a su madre.
Ha renunciado a salir de compras, a todo placer externo, su hogar en la práctica es su cárcel. Aun así no pierde la dulzura y el buen trato, la paciencia que requiere la situación.
Estadísticamente en nuestra comuna de apenas 116.000 habitantes, existe un gran número de hogares de hijos mayores que cuidan progenitores de avanzada edad.
Los observo en los paseos por las plazas, en la fila del Banco o en el mercado de verduras o cuando pasan frente a mi casa.
Hombres del brazo del padre, mujeres empujando una silla de ruedas.
No hay en ellos un gesto de pesar o ira; más bien una dulzura inigualable en el trato. Pienso que ellos tienen sobre sus hombros la bendición de Dios cuando dijo: "Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y tengas una larga vida sobre la tierra.”"
(Efesios 6:2)