viernes, 6 de marzo de 2020

Añoranza del mar.

“nunca sabré que espero de él
 ni que conjuro deja en mis tobillos
pero cuando estos ojos se hartan de baldosas
y esperan entre el llano y las colinas
o en calles que se cierran en más calles
entonces sí me siento náufrago
y sólo el mar puede salvarme.” 

El verano está en su última etapa y no hemos ido al mar. 
Es extraño, Chile tiene más de 4.000 kilómetros de costa y aún hay personas que no conocen una playa ni han visto la inmensidad de las olas cuando se levantan sobre los muelles. 
Esa banda sonora que retumba en mis oídos es lo que entraño; ese rumor imparable de agua perenne y neblina sutil en las veredas del puerto –cualquier puerto, tenemos para elegir-; la espuma que muere en las arenas a los pies de los niños que juegan con castillos de ensueño y el graznido destemplado de las aves, ¡ah!, cómo olvidarte. 
Ser chilena y quedarse prendida a las calles encementadas es –si no una torpeza- una falta grave que pretendo corregir a la brevedad. 
Valparaíso,   Cartagena, San Antonio, Las Cruces, allá vamos. 


 ---------------------------------. 

El Señor tan solo habló 
y los cielos fueron creados. 
Sopló la palabra, 
y nacieron todas las estrellas. 
Asignó los límites al mar 
y encerró los océanos en enormes depósitos. 

 Salmos 33:6-7 

 ----------------------------------

2 comentarios:

Susana dijo...

Espero que puedas ir pronto. Un beso

ojo humano dijo...

Yo también, ahí estudiando el tiempo y el poder adquisitivo que a veces no logran juntarse :)