jueves, 16 de noviembre de 2017

Aprender a estar enfermos.

No nos gusta ninguna enfermedad.
Nos disminuye.
Duele.
Nos priva de placeres.
Nos pone de mal humor.
La vida cambia radicalmente.
Mi amiga Isa. sufre la enfermedad de Crohn.
Liz quedó ciega a sus 27 por el lupus.
Vero vive con dolores musculares generalizados.
El hermano de Ri postrado con sida.
Mamá murió de cáncer.

Pienso en Jesús que sana.
La Iglesia en general (evangélica) cree en la sanidad divina y la proclama.
Pienso en Jesús a la orilla del estanque de Bethesda, lleno de enfermos. Solo sana al paralítico. ¿Por qué solo uno? ¿Era más merecedor que los otros? 
Y no hablemos de las expectativas que  se generan acerca de Dios, siderales, como si Él estuviera obligado a mantenernos sanos “ad infinitum”, mientras le damos al cuerpo como “bombo en fiesta”.

Pienso en aquellos que son sanados ¿llegan a ser más fieles y comprometidos con su fe? ¿Son más agradecidos y felices al recibir un milagro?
Pienso en los que no son sanados y deben desarrollar la paciente espera, en especial el sistema público, siempre saturado.

Hago observaciones personales acerca de las motivaciones para mantenernos en la media de los niveles (léase glicemia-hipertensión-colesterol)  y me doy cuenta que cada uno somos un mundo y necesitamos recetas distintas, nuestro cuerpo responde a estímulos tan diversos que apenas estoy empezando a entender algunas cosas.

Una candidata sostiene que sanos o muertos, porque nuestro sistema de salud es insostenible, faltan especialistas y todo se soluciona con un pararetamol o una caja de ibuprofeno.
Promete reformas, otros antes que ella prometieron lo mismo, una vez en el gobierno se dan cuenta que el problema era más complejo y difícil de solucionar y volvemos a dar pastillitas.

No sé si deberíamos entregarnos, levantar las manos y rendirnos, perder una lucha agotadora, quedarnos quietos y esperar que el cuerpo se defienda en lugar de amargarnos.
Mi amigo Fe sostiene que tenemos la capacidad de sanarnos con ejercicio, harta agua y ocio (¡vaya!).
No sé.
Seguiré estudiando y experimentando, como dijo un antiguo presidente "en la medida de lo posible".




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"Recorría Jesús toda Galilea, 
enseñando en sus sinagogas, 
proclamando la Buena Nueva del Reino 
y curando toda enfermedad 
y toda dolencia en el pueblo." 
Mateo 4:23 

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Ilustración: El ángel herido 
Hugo Gerhard Simberg

5 comentarios:

Susana dijo...

Es duro acostumbrarse a estar mal. Un beso.

ojo humano dijo...

Así es, Susana.
Muy difícil y pareciera que las enfermedades son eternas.

Fernando dijo...

La enfermedad es una gran losa que condiciona toda nuestra vida y nuestro carácter. Gracias a Dios, yo sólo he tenido enfermedades muy pequeñas, pero durante ese tiempo me volví muy egoísta, sólo mi pequeño dolor tenía importancia para mí. Por ello admiro a los que están enfermos, con mucho dolor, durante mucho tiempo, y pese a ello siguen amando a Dios y a los hermanos.

Y claro, luego está el duro tema de la oración. Jesús nos dice que si tenemos fe como un grano de mostaza el monte se precipitará en el mar. ¿Por qué entonces no sana nuestra gente cercana, por la que rezamos tanto? ¿Por qué no tenemos suficiente fe? ¿Por qué si que la tenemos pero pese a ello conviene estar enfermos, igual que fue conveniente que Jesús muriera en la cruz pese a que pidió -con mucha fe- a Dios Padre que eso no ocurriera?

Fernando dijo...

(Cometí errores ortográficos en las dos últimas preguntas: no es "por qué" sino "porque").

ojo humano dijo...

Fernando, esas mismas dudas son un gran tema para mi. Es verdad que estoy sana, pero veo mucha enfermedad alrededor, es triste y a veces una se siente impotente y dolida. Dentro de todo he visto a Dios obrar de una u otra manera, a veces con sanidades impresionantes. No tengo muy claro por qué a veces sanan y otras no, pero llegaremos un poco más allá, tal vez el Señor en su paciencia infinita tenga respuesta a mis preguntas.