sábado, 19 de octubre de 2013

Viajar en Metro.

Pasa un carro. 
Lleno. 
El próximo. 
Lleno. 
Un tercero. 
Lleno. 
Me resigno, subo al Metro colocando el pie apenas en la puerta y ahí me quedo, no hay posibilidades de pasar más al interior. 
En la próxima estación –me digo- acomodaré mi esqueleto, ilusa, nadie baja, nadie sube. Aprieto la cartera al cuerpo no sea que se quede afuera y se vuelen mis pocos tesoros. A través del vidrio miro el techo de la ciudad antes que el tren ingrese al subterráneo, la gente se mueve por las calles de cualquier manera, en bus, en auto, en bici, a pie y –como nosotros- en esta lata de sardinas con ruedas. 
Llego a mi destino en idéntica posición, los pies encogidos, los dedos apenas respiran. 
Desciendo –me bajan- del carro y camino con la marea, donde ellos van, voy. 
Me convierto en un ente sin nombre, sin rostro, sin…solo con un propósito, llegar a mi destino. 
Como en un sueño - mientras soporto apretujada contra la puerta-, recuerdo mi barrio, las calles rodeadas de árboles donde la gente se saluda, se desean días buenos, caminan lentamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, tan diferente a esta parte de la ciudad. 
Ya me lo había descrito mi amiga Jennifer, cada día por la mañana viaja desde la periferia a su trabajo, resiste esta molestia, dolor de pies y de espalda incluidos. 
Alguna vez leí que un ejecutivo estresado recomendaba: “Venda su auto" y camine. Pero la ciudad corre toda a una misma hora, se apresura en la madrugada, todos quieren llegar pronto y los tacos vuelcan a la impaciencia y de ahí un paso al estrés y todos sus males. 
¿Bicicleta? 
¿Caminar? 
¿Bici-moto? 
Un desafío para los santiaguinos que cada día soportan, no sé hasta cuándo. Tal vez elijan un trabajo cerca del hogar, tal vez se trasladen a provincias (hay muchos que emigraron al Norte), tal vez se decidan a dejar el auto en casa como un gesto de vida propia, no soy experta en políticas urbanas, sin embargo me parece que algo debe cambiar para hacer más amigables los viajes dentro de la ciudad. 


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Al ver las multitudes, 
Jesús tuvo compasión de ellas porque estaban desamparadas y dispersas, 
como ovejas que no tienen pastor.  
 Entonces dijo a sus discípulos: 
«Ciertamente, es mucha la mies, pero son pocos los segadores.  
 Por tanto, pidan al Señor de la mies que envíe segadores a cosechar la mies.»

Mateo 9:36 (RVC)

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2 comentarios:

Fernando dijo...

Deduzco que no usas habitualmente el metro de Santiago, Ojo Humano, que fue una cosa excepcional. Describes muy bien el agobio y la falta de humanidad en el viaje.

En Madrid antes era un buen medio de transporte, pero por los recortes de gastos cada vez hay menos servicio y más aglomeraciones. Es una lástima: es un medio de transporte útil para cortar la contaminación, si funciona bien, lo que no parece ser el caso ni de Madrid ni de Santiago.

ojo humano dijo...

Viajo poco en Metro, solo por necesidad y casi nunca a las horas punta que son las más agobiantes.
Siento mucha compasión por los que están obligados a viajar sin poder elegir un mejor horario.