Alguien podría pensar –a primera vista- que es frágil y dulce.
Pero no.
Cuando habla lo hace con pachorra, fuerte, acostumbrada a pronunciar órdenes y que se cumplan.
Domina su tema.
No en vano dirige un hogar de rehabilitación para mujeres adictas.
Mujeres golpeadas.
Abusadas.
Enviciadas.
Mujeres que han tocado fondo.
Lo han perdido todo, menos esa chispa que tiene todo ser vivo, la esperanza.
A eso se aferran.
El día es gélido, ellas amasan, el hogar tiene un agradable olor a pan recién horneado.
Unas decoran la mesa para el almuerzo, otras miran un video para ensayar una obra de teatro.
-Es para presentarla cuando vengan nuestras familias- explican.
Jóvenes, algunas hermosas a pesar de la complicación con las drogas, todas tienen esa mirada propia de los que buscan una palabra, como los cervatillos en la espesura del bosque. Una mirada indefinible, reflejo de sufrimientos atroces, de terrores, ofensas, humillaciones, prejuicios.
Oramos juntas.
Por primera vez comprendo la solidaridad de género, como si fueran hermanas, como si hubiéramos tenido una infancia común, los juegos, la escuela, la lumbre de un hogar de clase media en una ciudad del Sur, mojadas por la lluvia interminable o perseguidas por el viento helado de la costa.
Familiares ellas a mí y yo a ellas, conversamos largamente de lugares comunes.
A la hora de la despedida prometo volver, prometo escribirles.
¿Qué será de ellas cuando cumplan el siclo?
¿Volverán a sus hogares, al mismo barrio, al mismo marido, a las amigas que las llevaron a la disipación?
¿Volverán a transitar el mismo camino que las trajo a este punto?
¡Dios!, que tanto trabajo y recursos invertidos no sean vanos, infértiles o desperdiciados.
Por el contrario, crezcan como lo prometiste “a ciento por uno”.
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Las semillas que cayeron en la buena tierra
representan a los que de verdad oyen
y entienden la palabra de Dios,
¡y producen una cosecha
treinta,
sesenta
y hasta cien
veces más numerosa de lo que se había sembrado!
Mateo 13:23 (NTV)
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