Como toda fiesta de peques, mucho globo, juguetes extraños, piñata, dulces al mayor y un par de tortas, aunque el festejado lo único que le interesa es un balón blanco y negro. Apenas camina y ya patea con entusiasmo, tal vez llegue a futbolista como los que juegan en las grandes ligas, solo Dios lo sabe.
La torta –dice la madre- está hecha con crema y mermelada light, invitándome a comerla con confianza.
Particularmente no tengo dramas con las calorías -necesarias en este helado invierno bajo cero-, tampoco adhiero a las nuevas tendencias culinarias que todo lo transforman en un conteo de proteínas, grasas trans, carbohidratos, poca sal, nada de azúcar y otras lindezas.
Porque ¡vaya!, cualquier galeno, terapeuta, vendedor de alfombras o hasta el que estaciona autos da recetas de dietas, como si fuese el evangelio. Es que vamos derechito a convertirnos en un país de obesos, citan, en especial desde que la OMS la calificó como pandemia ¿no estaremos exagerando?
En nuestra Comunidad evangélica se aconseja luchar contra esos instintos sibaríticos o carnívoros que nos atacan cada cierto tiempo, en especial los fines de semana, en vacaciones o para las fiestas nacionales.
Nuestro pastor sugiere el ayuno como disciplina espiritual sistemática, no habla de “bajas calorías” ni “dejen los carbohidratos”.
De frentón ayuno.
Un día a la semana a pura aguita o algún jugo de fruta natural (para los que toman medicamentos), bueno para el alma y de pasadita nos arregla la figura.
Algunos lo intentamos. A veces se nos “va en collera” (se pone difícil) y en la mitad del día asignado se nos olvida.
En fin, volver a intentarlo la próxima semana hasta adquirir el hábito.
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Consejo de Jesús:
Pero tú, cuando ayunes,
perfúmate la cabeza y lávate la cara,
para no mostrar a los demás que estás ayunando,
sino a tu Padre que está en secreto,
y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.
Mateo 6:17-18
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(*) Libro de Jonas 4:11