Nos sentamos a recortar papeles, revistas y periódicos.
Ellos y yo.
Ellos, niños pequeños con diversidad de intereses.
Uno juega con su avión.
Otro quiere jugo.
La de más allá solo mira.
Niños distintos, ajenos, desordenados, vitales,
divertidos, modernos, con celular (y Tach), e-mail, facebook y todas esas
lindezas.
Son los de nuestra Comunidad cristiana evangélica. ¿Quién
lo hubiera pensado cuando los vimos nacer?
Trabajamos en un collage de papel (aunque son modernos
les encanta embetunarse con cola fría), todos ensimismados pegando, escuchando
la música de las hojas que alborotan cuando las recortamos.
Una casa a este lado, un árbol, un arroyo, poco a poco va
emergiendo de los dedos diminutos el
paisaje que está en cada cabeza. Todos
distintos, todos alegres, un poco torpes, un poco irreales.
Un mundo interior repleto de matices, formas, detalles.
Tal vez, digo, solo tal vez, podríamos sentarnos una
tarde y volver a la infancia, llenarnos las manos de pegamento, sentir la
textura del papel, olerlo, rasgarlo, transformarlo en mundos de colores con
formas extrañas y ficticias.
Es posible que las
manos puedan volar.
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Enseña
al niño
a
seguir fielmente su camino,
y aunque llegue a anciano
no
se apartará de él.
Proverbios
22:6
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