viernes, 16 de septiembre de 2016

¿Ser aval? ¿No serlo? He ahí un enigma.

Vivió en esa casa catorce mil seiscientos días.
Cuarenta años.
Hoy la lanzaron a la calle  (¿no es eso un acto de violencia?).
Cuando vislumbró aquellas nubes oscuras en el horizonte se paralizó.
Primero la muerte de su madre, al año siguiente el padre, luego su hermana menor y ahora la pérdida de la casa familiar.

Deuda de su hermana que pidió un préstamo, su padre puso la garantía, nunca pagó, casa embargada, casa rematada, desalojo.
Julita (mi casera donde compro verduras) se lamenta con el que tenga paciencia de escucharla.
El decreto judicial no se puede revertir –dice con serenidad-, todo esto es herencia de mi hermana y sus malas decisiones.
-Nunca-,  me dice,  nunca sea aval de nadie, Ud. no sabe quién saldrá perjudicado.

¿Aceptar la propuesta de avalar?
¿Retirarnos al lugar de espectador?
Tú, ¿qué dices? ¿Estás dispuesto a pagar por otro?




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“Observé algo más bajo el sol. 
 El corredor más veloz no siempre gana la carrera 
y el guerrero más fuerte no siempre gana la batalla. 
Los sabios a veces pasan hambre, 
 los habilidosos no necesariamente son ricos, 
y los bien instruidos no siempre tienen éxito en la vida. 
A todos les llegan buenos y malos tiempos.

 (Rey Salomón en Eclesiastés)


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3 comentarios:

Fernando dijo...

La regla es muy clara, Ojo Humano: sólo se debe avalar por un dinero que a uno no le haga falta para vivir. Si lo pierde será una desgracia, pero el perjuicio es soportable.

Nunca se debe avalar con el dinero que uno necesita para vivir y -menos aún- con la casa en la que vive. La vida de uno no puede depender de los actos o de las omisiones ajenas.

Susana dijo...

Es un gran dilema. Un beso.

ojo humano dijo...

Fernando, muy cierto lo que dices. Sin embargo, a veces por enfermedades catastróficas de los hijos se pone en riesgo todo. Ese fue el caso del padre de Julita.


Susana, tal vez por un extraño no lo haga, pero con los hijos ya es distinto.