Intentaba explicarnos la retorica del lenguaje que como evangélicos usamos sin siquiera darnos cuenta. No vamos a negar que los clichés se nos dan en forma natural, tanto que a veces ni entre nosotros nos entendemos.
Algunas de estas frases se oyen con más o menos frecuencia:
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Amar al pecador, odiar su pecado.
Pa’ la honra y gloria (de Dios, se entiende).
El pan ni el agua les faltará a sus hijos, citado como un verso bíblico.
Dios bendice al dador alegre.
Una reunión de “koinonía” (algún té o cena en algún hogar).
A la iglesia que fueres haz lo que vieres.
El corazón tiene un agujero en forma de Dios.
Soy la niña de sus ojos (¿…?).
Corazón de siervo (algún pastor que exhibe un buen currículo).
Dios me dijo (al afirmar alguna sentencia o mensaje).
Es un poco mundano o, se fue a Egipto ( alguien que asiste a la iglesia pero mantiene costumbres non santas).
Ese anda tras los panes y los peces.
Porque Dios dijo ayúdate que yo te ayudaré.
Ore por mí porque ando decaída.
Señor, apure los pasos de los hermanos que vienen en camino (una oración cuando hay poca concurrencia).
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La potencia del lenguaje y el temor a emplearlo mal es una de las tantas razones por la que perdemos la naturalidad y caemos en lugares comunes, frases hechas o copias de predicadores conocidos. Si a ellos les resulta ¿por qué no a nosotros?
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“Nadie los engañe con palabras vanas”
Efesios 5:6
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