Después de practicar una absoluta indiferencia, luego una oposición pasiva y por último un sufrido silencio, casi tildada de antipatriota, lo reconozco, he sido superada por la marea roja.
Por todos lados escucho el sonar de las bocinas, las famosas “vuvuzelas” invaden las calles, la tv. está inmirable, mis vecinos de los departamentos nuevos han llenado de banderas chilenas sus terrazas, las paradas de buses repletas de peatones esperando un bus que no aparece, desesperados por llegar a sus hogares a la hora del partido Chile-Australia, todo tema se ha postergado por 90 minutos.
La vida parece detenida en las imágenes de la pantalla, en todo lugar.
El aire huele a asado, abandonadas en mi reja han quedado botellas vacías de cerveza que han dejado los transeúntes.
La loquita del barrio pasa hablando incoherencias sin mirarnos, solo ve los amigos invisibles con los que se ríe o pelea, de la fiesta callejera no se percata.
Es la media hora previa y las aceras poco a poco van vaciándose.
Yo abro una etiqueta con “deportes”, en este blog. Me da vergüenza poner fútbol.
Y pienso que nuestro evangelio no ha sabido imbuir de pasión la vida de los creyentes, eso me apena.
Tal vez por eso los deportes masivos han tomado un lugar desmesurado.
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Entrénate para una vida dedicada a Dios.
El ejercicio físico te sirve de algo,
pero una vida dedicada a Dios te trae bendiciones
tanto para la vida presente
como para la del mundo venidero.
1 Timoteo 4:7-8 (PDT)
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