Hay descubrimientos tan sorprendentes que te dejan perpleja.
¿Cómo –te preguntas- ha pasado tanto tiempo sin gustar esta maravilla?
Por años he cultivado albahaca.
Apenas un adorno verde para una ensalada chilena; o unas hojas en las humitas, pero qué falta de inventiva.
Este año hay demasiada producción, de pronto algo brilla en el seso personal ¿y si hacemos pesto?
Manos a la obra, un manojo de hojas, la minipimer de todas las batallas, unas pocas nueces, un diente pequeño de ajo, aceite de oliva, una pizca de sal y tienes una salsa fantástica, puro sabor de verano.
Pero -siempre hay un pero, ay-; mis comensales difieren, a unos les encanta; las opiniones se dividen, otras recetas salen a colación, que con piñones, que con almendras, menos aceite, más aceite, que sea aceite maravilla, que el de oliva está perfecto, en fin, parecen políticos de comuna periférica.
La verdad sea dicha, cualquier receta con albahaca no tiene parangón (¡qué palabrita! ¿no?)
¡Bendito sea Dios que creó la albahaca y benditos italianos que inventaron el pesto!
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Después dijo Dios:
«¡Que produzca la tierra hierba verde,
hierba que dé semilla,
y árboles frutales sobre la tierra que den fruto según su género,
y cuya semilla esté en ellos!»
Y así fue.
Y así la tierra produjo hierba verde,
hierba que da semilla según su naturaleza,
y árboles que dan fruto según su género,
y cuya semilla está en ellos.
Y vio Dios que era bueno.
Génesis 1:11-12 RVC
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