Cuando la maestra le devolvió la libreta de calificaciones un nudo apretó su estómago.
¿Cómo le diría a su madre que debería repetir el curso?
Una marca indeleble en el tiempo, como un tatuaje que jamás podría borrar.
Y no por flojera.
Ni bajas calificaciones.
Por inasistencia.
Ella, la reina de la puntualidad, la entusiasta por el colegio, la que amaba hasta el olor azumagado de la biblioteca, estaba ahí, en medio de la sala, paralizada, con un diagnóstico de futuro incierto.
Sus compañeras irían a otra sala, estaría con menores, todo un año perdido…y lo peor, por inasistencia.
Fue la primera de muchas veces que percibió el fracaso y le supo desazonado, gris, triste, decepcionante de su limitada capacidad.
Se prometió que nunca volvería a ese sabor extraño.
Pero volvió. Y no pocas veces.
Se embarcó en proyectos absurdos, caminó bordes peligrosos, noches en vela, esas veces cuando no sabes si podrás volver a dormir o ese desvelo te llevará más allá del alba; inversiones inútiles, pérdidas de seres amados, ausencia de amistades entrañables.
Aprendió que todo se puede perder y poco a poco se resignó a la realidad.
A los veinte la energía brota como un manantial.
Pronto descubriría su finitud.
Humana como el resto de los humanos, frágil e inconstante, sujeta a limitaciones no solo de espacio-tiempo, sino a imprevistos y contingencias arteras.
Un día olvidó una olla en el fogón, el olor que impregnó la cocina fue el grito de alarma. Las verduras estaban negras al igual que el fondo de la olla.
Extraviar las llaves, tener un alto de libros pendientes sobre la mesa de noche, guardar carpetas y más carpetas con fotografías sin clasificar, olvidar un nombre o llegar tarde a una reunión son pequeños fracasos que le costó digerir.
Dicen que "mal de muchos, consuelo de tontos"; he visto reflejado mi propio acontecer en ella y en muchos de mis conciudadanos. Tropezamos con la misma piedra, aceptamos lo que un día desechamos.
¿Desidia?
¿Inercia?
O ¿solo es la fragilidad de la que estamos hechos?
La visito en su departamento. Tomamos té con galletas.
Su mano roza la taza con delicadeza y me dice bajito, "no dejes de visitarme"
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«Señor,
ayúdame a comprender
lo corto que será mi tiempo en la tierra.
Ayúdame a comprender
que mis días están contados
y que mi vida se me escapa de las manos.
Salmos 39:4 NBV
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(Dedicado a Z.)