Pero nunca lo es más que las personas.
Especialmente una hija con su padre.
Ella lo busca después de 20 años de separación.
Lo llama a su celular, lo invita a su casa -preciosa-, lo atiende por un día y lo invita a su boda para que sea él quien la lleve al altar.
Él le confiesa que vive en la calle, no tiene un hogar, es alcohólico e indigente.
Ella promete ayudarlo.
Hasta aquí suena como una romántica historia de re-encuentro.
Llega la fecha de la boda.
Él se arregla en su modestia, paga en la barbería de su poco capital y espera en una esquina donde concertaron la cita.
Su corazón vuela como las aves que observa cada día en la plazuela donde duerme.
Pasa el tiempo.
Horas.
Días.
Nadie llega a la cita.
-Los pobres también tenemos sentimientos- me dice entre sollozos cuando me cuenta su pena.
Las palabras de ánimo suenan vacías para un corazón roto.
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...".si te dedicas a ayudar a los hambrientos
y a saciar la necesidad del desvalido,
entonces brillará tu luz en las tinieblas,
y como el mediodía será tu noche.
El Señor te guiará siempre;
te saciará en tierras resecas,
y fortalecerá tus huesos.
Serás como jardín bien regado,
como manantial cuyas aguas no se agotan".
Profeta Isaías 58:10-11
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