El
Barrio Meiggs –ya saben es mi sector comercial favorito- ha explosionado con los artículos de plástico. Desde bolsos parecidos a los Louis Vuitton hasta un carrito con motor, pasando por cucharas-aretes-vasos-zapatos-lápices-florecillas-maceteros-platos-cepillos de pelo-pelucas-pendrive-individuales-manteles de mesa-muñecas y un cuantuay de juguetes infantiles-pinturas, imitaciones de pintores-más un gran etcétera.
Por estos días el gobierno está tramitando una ley para terminar con el uso (y abuso) de las bolsas plásticas en el
retail, la contaminación de las playas con desechos, el poco o nada cuidado que tenemos con el medio ambiente, la basura sin reciclar y las millones de bolsas que dejaremos de herencia, vaya a saber una cómo lo harán nuestros descendientes.
Recuerdo a mi madre, la primera prenda de vestir "plástica" que me regaló “no se plancha”, dijo alegremente, como si hubiese descubierto una mina de oro. Porque eso de planchar la ropa es un verdadero trauma de juventud cuando trabajaba
free lance para pagar mis estudios.
Con el tiempo vamos descubriendo que eso tan estupendo o que nos soluciona una molestia, crea un problema adicional.
Un problemón.
No sé si volveremos a las bolsas de papel (que también son una complicación) o a las de tela, a las de coirón o totora, al antiguo canasto de mimbre, a la
pilgua ancestral o derechamente –como me sucedió hace unos días- llevar los artículos adquiridos en la mano.
De momento voy a la feria de frutas con un
carrito de mano, comprado en Meiggs, obviamente.
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Con sabiduría se
construye la casa;
con inteligencia se echan los cimientos.
Con buen juicio
se llenan sus cuartos
de bellos y extraordinarios tesoros.
El que es sabio tiene gran poder,
y el que es entendido aumenta su fuerza.
Proverbios 24:3-5
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