viernes, 26 de enero de 2024

Verano.

Cielo sin la más mínima gota de agua.
35 grados a la sombra.
Ciudad silenciosa, calles sin tacos.
¡Ah!, Dios, prolonga unos días mi verano.


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Tanto el día 
como la noche te pertenecen; 
tú creaste el sol 
y la luz de las estrellas.
 Estableciste los límites de la tierra 
 e hiciste el verano, 
así como el invierno.

Salmos 74:16-17

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Fotografía de Santiago, gracias a La Tercera


viernes, 19 de enero de 2024

Pequeñas dosis.

Mi abuela fumaba chamico  (datura ferox) para sus frecuentes ataques de asma. 
No se conocía el salbutamol, los corticosteroides y menos los nebulizadores. 

El chamico posee un potente veneno que puede matar hasta un buey. 
Los campesinos lo extirpan de raíz por esa peligrosidad que los puede dejar sin un bien preciado. 

La abuela secaba las hojas que lograba recolectar en campos baldíos y un pequeño cigarro enrollado con paciencia le daba la esperanza de un día más de respiración. 
Aprendió a usar una pequeña dosis. 
Aprendió a controlar los horarios y la ansiedad. 
Un día le dijo a mi madre “eso que te mata también puede sanar”. 

Sus últimos días fueron felices y su muerte en paz.

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Jesús los oyó y les contestó: 
—Los que necesitan al médico son los enfermos, 
no los sanos. 
 
Marcos 2:17

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viernes, 12 de enero de 2024

Prejuicios.


Los prejuicios nos habitan como las cucarachas en un subterráneo. 
No sabes que están ahí hasta que salen a la luz con toda su incómoda verdad. 
Tal vez las experiencias previas nos predisponen e inclinan las preferencias. 
La ecuanimidad es un arte poco desarrollado y la intolerancia cada vez es más común.
 
Las funcionarias -me dije- son incompetentes y atienden mal al público. 
Prefiero que un hombre solucione este requerimiento. 

En el pequeño salón de espera ruego a Dios que me toque un funcionario, cuestión improbable ya que hay solo uno. Por esas cosas de Dios y de la tecnología él avisa mi número de atención. 

Le presento el caso y los antecedentes. Me mira impertérrito, “necesito la lectura de hoy”, dice. “Vuelva cuando la tenga”. 
Punto. 
Punto final. 
Debo volver a casa, tomar la lectura del medidor, una foto con el celular y volver. 

Día dos. 
Premunida de varias fotos de buena resolución, lectura actual, boleta y todas las lecturas previas, la misma espera, esta vez ruego a Dios que no me atienda el mismo oficinista.

Por esas cosas de Dios y de la tecnología me recibe una joven, de entrada bastante amable.
Me ofrece asiento y escucha sin mirar su celular. Antes que se distraiga le extiendo los documentos sobre el mesón. 
Espero en mute. 
Ella lee, saca conclusiones, escribe en el ordenador y encuentra la perfecta solución. 
Me ha dado diez minutos de atención, sin trámites ni dilaciones. 
Nada de eso "vuelva mañana" o "le falta otro documento" como sucede habitualmente. 

Debo tragarme los prejuicios, mujer y eficiencia en  esa persona. 
De regreso camino por la extensa avenida y pido perdón al Señor. Ha sido una lección didáctica de cuánto pesan en la cotidianidad los prejuicios.

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Te encarezco delante de Dios 
y del Señor Jesucristo, 
y de sus ángeles escogidos, 
que guardes estas cosas sin prejuicios 
y sin actuar con parcialidad.

1 Timoteo 5:21

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Viñeta: Gracias Liniers 


viernes, 5 de enero de 2024

Aventuras bancarias.


Que vivir es una aventura, sí lo es desde el momento que pones el pie en la calle. 
Un ciclista despistado puede embestir en plena vereda sin que su madre diga ni pío. 
Y eso de cruzar las avenidas, vaya, hacerte de paciencia y buen ojo porque a un pestañeo del semáforo se te dejará caer un energúmeno al volante. lograrás cómo mínimo un ojo en tinta.
 
Y eso de ingresar al Banco de por sí es la aventura máxima. 
Algo así como entrar a la Capilla Sixtina pero en feo. 
El guardia, a veces dos -depende si es época de elecciones habrá más pitutos independientes-, te exhortará a hacer la fila, que tomes asiento donde puedas y guardes silencio total, de otra manera no oirás el llamado a ventanilla porque “estamos sin sistema” y la cajera tiene la voz bajita. 
Siete viajes hube de transitar desde casa a la sucursal, pero me dije, a porfiada no me la ganarán. 

Hoy logré cerrar la tarjeta Visa, un gasto innecesario del momento que la bloquearon por desuso. 
Siete veces sacar número, hacer la fila, si lo cuento no me creen, mis amigas “¡cómo, ¿tanto?!”, así es les replico ante la perplejidad de sus ojos. 
Siete mañanas de santa paciencia donde escuché las historias más inverosímiles, hasta llantos, malas palabras y gritos de impotencia, faltó solo presenciar un asalto, tan de moda por estos días.

Pero ¡aleluya!, la persistencia tiene su recompensa. 
Hoy tengo en mi poder un plástico inocente que nadie podrá usar, incluyéndome. 
Ningún fraude, ningún dinero botado al sistema, ningún cobro indebido, ninguna deuda, ningún trámite más. 
Iré por la vida solo con el dinero de la gracia de Dios y si me dicen  “solo recibimos pago con tarjeta” como suele suceder, hay mil alternativas que han regresado al primitivo pago con monedas locales.