Visitando a la hermana Jane, me recibe a la entrada de su jardín un hermoso árbol de Navidad…azul.
Pródigamente decorado con luces ad hoc y bolitas brillantes.
Hay en ese hogar y en sus moradores el deseo de agradar, de compartir, de un tiempo feliz para todo el que pase por esa calle.
Pródigamente decorado con luces ad hoc y bolitas brillantes.
Hay en ese hogar y en sus moradores el deseo de agradar, de compartir, de un tiempo feliz para todo el que pase por esa calle.
Cuando llegan estas Fiestas, se abre un espectro de opiniones diversas respecto del árbol, Santa Claus (o Viejito Pascuero), el pesebre, los magos, las canciones que se deben cantar, opiniones que -por cierto-, tienen las mejores intenciones para educarnos o edificar a los oyentes.
Particularmente no tengo nada en contra o a favor de los símbolos, creo que cada persona tiene los suyos, cada persona necesita asirse a algo tangible hasta que llega el momento de una iluminación mejor y prescinda de ellos…o los conserve como material didáctico.
Si nos guiamos por opiniones personales, en estricto rigor, no deberíamos adoptar ningún símbolo, todos tienen alguna segunda lectura.
Si nos guiamos por opiniones personales, en estricto rigor, no deberíamos adoptar ningún símbolo, todos tienen alguna segunda lectura.
Para algunos será la cruz, o la Biblia de “mi mamita”, el logo de su capilla, el báculo, un libro determinado, un pez dibujado de cierta forma, una bandera, el escudo familiar, la fotografía de un ser amado, unos dedos en v, en fin, somos seres de símbolos.
Frente a la pregunta: ¿Deberían tener los cristianos árboles de Navidad?, leí por estos días un buen artículo del respetado Pr. John MacArthur, aquí:
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