Una de esas tardes no volvió. Lo encontraron flotando en las aguas profundas del canal El Silencioso, le llaman así, dijo un funcionario, “porque su profundidad es como la boca de la muerte, todo el que cae aquí no sale vivo”.
Lo hallaron enredado en una de las compuertas, más blanco que una hoja de papel para imprimir. Totalmente lívido y sin muestras de violencia, como si las aguas hubiesen limpiado su cuerpo de toda culpa o sufrimiento.
¿Qué hacía Don Carlos paseando a altas horas de la noche por ese territorio peligroso y mortal?
¿Iba solo?
¿Cayo, resbaló o alguien lo empujó?
Un misterio. La investigación no dio claros resultados y el forense anotó como “caída accidental” cuando le entregó a la familia las conclusiones finales.
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Porque yo no quiero la muerte del que muere,
dice Dios, el Señor.
¡Cambia de manera de pensar, pues, y vivirás!
(Ezequiel 33:11)
***
Aunque a algunos les parezca tardanza,
el Señor no va a demorar el cumplimiento de su promesa;
sólo que él, por evitar que alguno se pierda,
está alargando pacientemente el plazo
para darle a todo pecador ocasión de arrepentirse.
(2 Pedro 3:9)
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