Cada mañana María Elena, tazón de café en mano, toma un trozo pequeño de papel que saca de una caja de madera primorosamente decorada.
Lee con rapidez mientras sorbe pequeños tragos y se pasea pensando en el bus, el horario, los pendientes, los extra, el regreso, el cansancio, las compras, las tares escolares de los niños, la próxima reunión de apoderados, el pago de la cuota retrasada del supermercado.
Allí, delante de sus ojos está una palabra breve –potente en sí misma-, pero solo son letras unidas en un trozo, como los signos orientales que ha visto en alguna vitrina, como las nubes que viajan jamás observadas, como las gotas de rocío en su jardín, como las palomas que anidan en lo alto de las palmeras, apenas un arrullo, apenas un perfume.
Deja el papel con rapidez en la linda cajita, donde otros trozos de papel duermen esperando la mirada que les dé sentido.
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El que pone atención a la palabra hallará el bien,
y el que confía en el Señor es bienaventurado.
y el que confía en el Señor es bienaventurado.
(Proverbios 16:20 BLA)
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