Más aún, su familia hizo causa común con él, tampoco asiste –claro, era que no-, es el padre.
No contesta el celular, envía a buzón de voz.
En su hogar dicen que está en el trabajo, turnos imprevistos, por supuesto.
Ella me confidencia: “No asiste porque tiene una deuda conmigo –y agrega- no es poca”.
Aval en una casa comercial, ella tomó un crédito para que él iniciara un negocio de verano. “Negocio redondo, “miel sobre hojuelas”, le dijo.
Nuestro pastor muchas veces nos advierte sobre los préstamos, nos anima a dar, alienta la devolución de aquello que se ha pedido prestado y el cuidado de no involucrarse en negocios dudosos.
¿Quién es sabio y puede manejar con eficacia sus activos?
¿Quién puede sustraerse a ganancias extra?
¿Quién puede resistir una buena perspectiva de asociación comercial?
Los negocios son arriesgados.
Entre cristianos también.
A menudo –o casi siempre- hay un riesgo: perder.
O ganar, sin duda. Volverse próspero, respetado.
Ella pide consejo.
Me pide un consejo, yo, la peor inversionista.
A menudo pedimos consejo cuando los hechos están consumados.
Poco o nada que hacer, recurrir a tribunales, reunir pruebas, perder la amistad, confiar en la voluntad del deudor, orar, resignarse, todas alternativas que requieren paciencia, tiempo, ecuanimidad.
Las deudas son complicadas.
Deber o que te deban es igual.
Default, una nueva palabra en el diccionario, una gran lección argentina.
Más vale vivir “cash” ¿no?
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Paguen a todos lo que deban pagar.
No deban nada a nadie,
(Apóstol Pablo en su carta a los Romanos 13:8)
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